Opinión: Jugando con fuego en el Golfo
6 de junio de 2017La reacción del presidente estadounidense no se hizo esperar mucho. Horas después de que el pequeño emirato de Qatar quedara aislado diplomática y también en gran medida geográficamente, Donald Trump comunicó que quiere contribuir a distender la situación. Si es necesario, está dispuesto a enviar un alto representante de su gobierno a la región en crisis.
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Pero Trump no es un mediador fidedigno en este asunto. Y tampoco es casual que el ruido de sables comenzara en el Golfo poco después de su visita a Riad. Allí, declaró a la monarquía wahabí potencia rectora en el mundo árabe e islámico, y ayudante del sheriff estadounidense en la región. Los malhechores declarados: Irán, archirrival de Riad, y otros Estados, no definidos con mayor precisión, que respaldan el terrorismo. Los sauditas estuvieron dispuestos a retribuir ese honor con un millonario negocio militar con Estados Unidos, que equivale a gran parte de sus reservas monetarias.
Qatar es el primero en sentir el efecto de ese desplazamiento en la correlación de fuerzas. Desde el golpe del príncipe Hamad bin Jalifa contra su padre en 1995, el diminuto emirato se ha esmerado por tener figuración propia en la región y en el mundo. Con sus enormes reservas de gas en la mano derecha y la estación panárabe de noticias Al Jazeera en la izquierda, se convirtió en un actor diplomático de peso y utilizó esa influencia sobre todo en la Primavera Árabe contra los regímenes de otros países árabes. Eso aumentó enormemente la popularidad de Qatar entre muchos críticos de los gobiernos del Medio Oriente. Pero para Arabia Saudita fue desde el comienzo una piedra en el zapato. Las malas lenguas dicen que el emir Hamad de Qatar tuvo que abdicar en 2013 a favor de su hijo, Tamim, por presión de Arabia Saudita.
Padrino de los contrarrevolucionarios
Pero también Tamim resultó incómodo para el vecino, pese a que Al Jazeera desiste desde 2014 de informar críticamente sobre la política interna y exterior saudita. Riad pudo asestar su gran golpe recién ahora, después del millonario trato con Trump. Sin embargo, el verdadero arquitecto de este cambio en la correlación de fuerzas es Mohammed Bin Zayed Al Nahayan, de 56 años. El príncipe heredero de Abu Dabi es el padrino de todas las fuerzas contrarrevolucionarias de los países de la Primavera Árabe. Ya sea que se trate de Túnez, Libia o Egipto: en todas partes la vieja guardia puede contar con el respaldo de Mohammed Bin Zayed. Así, sus intereses se contraponen diametralmente a los de Qatar, que apuesta sobre todo por los Hermanos Musulmanes.
El príncipe heredero de Abu Dabi tiene muy buenas relaciones con el presidente estadounidense, Donald Trump. Y las utiliza para apoyar a un ambicioso aliado: el vice príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed. Este quisiera convertirse cuanto antes en virrey en Riad, para suceder a su anciano padre. En consecuencia, en esta crisis en torno a Qatar también se trata de luchas de poder internas en la familia real saudita.
Pero tampoco Qatar es un niño modelo. En muchas zonas de conflicto, el emirato respalda a agrupaciones extremistas, como el antiguo Frente Al Nusra, otrora una rama de Al Qaeda en Siria. En cuanto a democracia, no se ha cubierto precisamente de gloria. Desde 1970 no se han realizado elecciones parlamentarias en Qatar y los partidos políticos están prohibidos. Y ni mencionar los problemas de derechos humanos, especialmente en relación con las indignas condiciones imperantes en las construcciones para el Mundial de Fútbol.
Intransigentes e inclinados a la violencia
Pero es grotesco que justamente los sauditas lo acusen de respaldar el terrorismo. Desde hace por lo menos 60 años, Arabia Saudita es el mayor exportador de ideologías extremistas y desestabiliza varias regiones del mundo, incluyendo el Cáucaso, los Balcanes, y hasta Europa. Ya sea Al Qaeda, el movimiento talibán, agrupaciones islamistas en la guerra civil de Siria -y antes en las de Irak y Argelia- y mezquitas extremistas en el mundo entero: los petrodólares de Riad velan por la rápida propagación de la doctrina wahabí de los sauditas, en extremo intransigente y dispuesta a ejercer violencia contra quienes piensan diferente.
Hasta ahora, el único seguro de vida de Qatar es la base aérea estadounidense de Udayd, al oeste de Doha. La administración Trump afirma que no tiene planes de trasladar la mayor base de la región, con más de 10.000 soldados, a otro país. Pero tales palabras pueden trocarse rápidamente en lo contrario bajo la presidencia de Trump. Problemática resulta también la actitud de algunas figuras de países occidentales que se aprestan ahora a ajustar cuentas pendientes con Qatar. Por ejemplo, el presidente de la Federación Alemana de Fútbol, Reinhard Grindel, que ya no descarta un boicot del Mundial de Qatar y desea que en el futuro no se realicen grandes torneos en países que apoyan activamente el terrorismo. Sin embargo, en este caso, las acusaciones de terrorismo son solo un pretexto. Lo que a los sauditas les interesa es la total sumisión. Pero un mundo árabe en que se silencia toda voz opositora a Riad, seguirá hundiéndose en la miseria.
Autor: Bachir Amroune (ERS/DZC)