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Compulsiva transgresión

Christoph Hasselbach 13 de abril de 2016

La burda crítica de Jan Böhmermann contra el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no era ni necesaria ni valiente y tan sólo retrata al barato humorista satírico, dice Christoph Hasselbach.

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Imagen: picture-alliance/Geisler-Fotopress

¿Hasta dónde puede ir el sarcasmo en nombre de la libertad de expresión? Los versos de Böhmermann contra el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, son lo más primitivo y vulgar que se ha visto en una televisión pública. Los hogares alemanas pagan obligatoriamente por este "bien de primera necesidad". Si el poema hubiera apuntado únicamente contra las políticas de Erdogan, no habría nada que objetar. Pero, ¿cuál era el objetivo de esa ristra de insultos personales (practica sexo con animales, apesta, le pega a las niñas)? ¿Romper los límites así, porque sí?

En cualquier caso, no importa que Böhmermann estuviera respondiendo a una provocación de Erdogan, que se había alborotado por otra sátira, mucho menos hiriente, procedente de Alemania. Tampoco ayuda que Böhmermann hubiera anunciado que iba a hacer algo prohibido. ¿Podría valerse de ese tipo de preaviso, a partir de ahora, por ejemplo cualquiera que quiera despotricar contra los extranjeros, porque las críticas se hacen en un contexto satírico?

El redactor de DW Christoph Hasselbach.
El redactor de DW Christoph Hasselbach.Imagen: DW/M.Müller

Doble rasero

Curiosamente, muchos periodistas, que por otro lado se indignan ante cualquier crítica a los turcos de Alemania, no encuentren nada raro en que un colega de profesión ataque personalmente y de la peor manera a un turco concreto en Ankara, agitando, de paso, el sentimiento antimusulmán. ¿Cómo se puede protestar ante cualquier endurecimiento del lenguaje al hablar de migración y, sin embargo, en este caso, celebrarlo?

El tema no tiene en absoluto nada que ver con el valor. Los humoristas satíricos turcos acabarían en la cárcel por críticas contra el presidente mucho más suaves. Böhmermann, en cambio, no tiene de qué preocuparse en Alemania, aunque teóricamente podría enfrentarse hasta a tres años de prisión por insultos a un jefe de Estado extranjero. En ningún caso va a llegar el asunto tan lejos.

Por el contrario, los medios de comunicación lo presentan casi como un mártir, ya que Erdogan exige consecuencias penales y el Gobierno Federal se encuentra, por tanto, bajo presión para autorizar la apertura de un procedimiento judicial. Los propios políticos alemanes que tienen que lidiar con las consecuencias de la ocurrencia de Böhmermann en el plano político y diplomático quieren evitar cualquier confrontación con los medios de comunicación acerca de los límites de la crítica satírica. En la izquierda incluso se frotan las manos al ver el dilema que le ha surgido a Merkel.

No es una cuestión de Estado

La pregunta de hasta dónde puede llegar la sátira no es, por suerte, una cuestión de Estado en Alemania. Por eso la reticencia de los políticos es una buena señal. Afortunadamente, no es la política la que decide dónde están los límites de la crítica satírica. Y, afortunadamente, hoy en día son los tribunales quienes ponderan con cautela cuando les llega un determinado caso de este tipo.

Pero satíricos y periodistas deberían preguntarse: cuando esto de romper tabúes se convierte casi en una obligación, ¿no se trata simplemente de otra cosa, como de una autoafirmación adolescente? Y aunque despierte aplausos y ovaciones casi automáticamente, algo está mal. Cuestionarse a sí mismo no hace ningún daño. A la sátira se le permite mucho, pero no debe pretenderlo todo.

Para aprender: aquí puede Usted leer la versión original de este artículo en alemán.