Opinión: la frágil victoria de la razón
17 de enero de 2016Somos testigos del fin de la longeva pugna en torno al programa nuclear persa. Durante trece años se hizo todo lo posible para terminarla. De ahí que quepa describir como un suceso verdaderamente histórico el momento en que Federica Mogherini, encargada de los Asuntos Exteriores de la Unión Europea, y Mohamad Yavad Zarif, su homólogo iraní, anunciaron contentos la culminación del conflicto.
Pero es sólo mirando atrás y apreciando el largo y accidentado camino hacia este acuerdo nuclear que podemos entender lo difícil y valioso que es este pacto con Irán.
Peligrosas aventuras
Innumerables fueron las rondas de negociación, las conversaciones que fracasaron, las decisiones de corto aliento, las amenazas militares y las pesadas sanciones, por no hablar de los atentados contra físicos atómicos persas, los actos de sabotaje y los misteriosos ciberataques contra las instalaciones atómicas iraníes.
Durante muchos años, la táctica de Teherán fue no ceder un centímetro y esmerarse en dar la impresión de que los iraníes soportaban las medidas punitivas estoicamente. La élite política iraní llegó al punto de decir que las sanciones no se sentían para nada. Pero en las últimas reuniones con sus interlocutores occidentales, Irán fue categórica al exigir el inmediato levantamiento de las mismas.
El acuerdo nuclear alcanzado es el éxito diplomático más grande del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y, al mismo tiempo, un triunfo para las fuerzas moderadas en Irán, que por fin se dejaron inspirar por el espíritu de estos tiempos y se distanciaron de las peligrosas aventuras nucleares de su país.
Una situación inestable
Hasta ahora, todo bien. No obstante, si analizamos la situación con lucidez, esta victoria de la razón es muy frágil; la constelación que la hizo posible es muy frágil. Además, el acuerdo nuclear en cuestión tiene enemigos acérrimos y omnipresentes a escala nacional, regional y global.
El pueblo iraní celebra el levantamiento de las sanciones que pesaban sobre el país; pero, en la cúpula del poder de Irán hay un grupo que le ha sacado provecho durante años a las crecientes tensiones y a las explosiones de violencia en la región. Es precisamente ese grupo el que necesita presentar a Estados Unidos como su enemigo, en términos ideológicos y financieros. Muchos de sus miembros se enriquecieron más allá de lo imaginable al calor de las sanciones y de la crisis que ésta propició. Y son los seguidores de estos oportunistas los que atacan las embajadas, los que manifiestan en las calles contra Israel y Estados Unidos, con gritos cargados de odio y quemando banderas.
Los enemigos del éxito diplomático más reciente y del retorno de Irán al seno de la comunidad internacional actúan juntos. En ese sentido, todos los radicales tienen un objetivo común: los conservadores de Irán; el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu; el candidato presidencial estadounidense, Donald Trump; el rey Salman de Arabia Saudita; todos ellos le tienen miedo al acercamiento entre Irán y Occidente.
No cabe esperar milagros
Las sanciones golpearon duramente a la economía iraní. Una industria depauperada –debilitada por la falta de inversiones, la escasez de know-how y las restricciones comerciales que limitaron la exportación de petróleo y gas natural– es el legado de un programa nuclear sin sentido. Miles de millones de dólares fueron pulverizados y las oportunidades políticas que abrieron las revueltas del mundo árabe se desaprovecharon porque, cuando se dio la “Primavera Árabe”, Irán estaba más aislada que nunca.
El levantamiento de las sanciones es una condición necesaria para corregir los problemas sociales de Irán, pero no es la panacea. Sería un error esperar milagros a estas alturas. La resolución pacífica del conflicto nuclear es el triunfo de los razonables en Irán; ahora, ellos mismos tendrán que usar ese éxito para repeler los ataques perpetrados dentro y fuera del país. Cualquier otra cosa sería un desatino.