Opinión: Los Juegos Olímpicos no salvarán al mundo
8 de febrero de 2018"¡Oh, deporte, tú eres la Paz!”, dice la oda al deporte. "Estableces relaciones de amistad entre los pueblos, acercándolos con el culto a la fuerza controlada, organizada y dueña de sí misma”. Fue con un pseudónimo como Pierre de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, presentó su poema al concurso artístico de los Juegos de verano de Estocolmo en 1912 y ganó la medalla de oro en la categoría de literatura. La idea de Coubertin del lazo entre pueblos a través del deporte también se encuentra en la Carta Olímpica. Esta obliga al Comité Olímpico Internacional (COI) a "poner el deporte al servicio del desarrollo armonioso de la humanidad, con vistas a promover una sociedad pacífica”. Eso es poner el listón muy alto para el deporte. Demasiado.
Pequeños puentes
"Con suerte, estos Juegos de Invierno abrirán la puerta a un futuro mejor en la península coreana”, dijo el presidente del COI, Thomas Bach. "Los Juegos Olímpicos han hecho posible un nuevo comienzo”. El campeón olímpico de esgrima de 1976 se refiere a que se haya hecho posible la participación de 22 deportistas norcoreanos y la entrada conjunta de atletas surcoreanos y norcoreanos en la ceremonia de inauguración, así como que haya un equipo femenino conjunto de ambos países de hockey sobre hielo. En este caso, el deporte ha construido un pequeño puente, Pero nada más. El polvorín del conflicto coreano no se ha apaciguado. Otro tuit del presidente estadounidense, Donald Trump; otra provocación del mandatario norcoreano, Kim Jong Un y todo podría quedar en nada.
Modelo de paz, hasta cierto punto
Por un lado, el deporte ofrece un lenguaje universal que atraviesa fronteras y culturas. Ello le da potencial para actuar de intermediario. Por otra parte, no funciona más que hasta cierto punto como modelo de paz. Al final en el deporte suele rugir el nacionalismo. A menudo parece que el fin del éxito justifica los medios: miren los casos de dopaje en Rusia, pero por supuesto no solo en ese país. El deporte incluso ha llegado a detonar conflictos armados, como la "guerra del fútbol” entre Honduras y El Salvador en 1969. Con motivo de un encuentro de la fase clasificatoria entre ambas naciones se produjeron disturbios en los que llegó a haber muertos. No fue la causa, pero sí el detonante de un conflicto militar que duró 100 horas y en el que perdieron la vida 2.000 personas.
Un poco de paz
No se le pueden pedir peras al olmo. Los Juegos de Invierno en Piongyang no van a salvar al mundo. Si todo va bien, nos regalarán un momento distendido y con suerte una competición justa . Con ello ya se habrá ganado mucho. Quizás incluso un poco de paz. Eso ya sería un éxito.
Autor: Stefan Nestler (EAL/ER)