Opinión: No vender el alma
26 de abril de 2016No se sabe si Recep Tayyip Erdogan ha leído al Nobel de Literatura alemán Heinrich Böll. Podría aprender algo de él con respecto a la libertad del arte. Ni siquiera hay que leer todo un libro de Böll. Basta con buscar los términos “libertad” y “arte” en Internet y uno pronto se topa con el discurso de Böll con ocasión de la inauguración del Teatro de Wuppertal en 1966. “El arte es libertad”, dijo Böll en ese célebre discurso. Y prosiguió: “Nadie puede conceder libertad, ningún Estado, ninguna ciudad, ninguna sociedad puede darla, porque la libertad es por naturaleza: libre”.
La concepción que Erdogan tiene de la libertad del arte y de opinión está muy distante de la de Böll. Primero intenta hacer callar al presentador de televisión Jan Böhmermann, luego prohíbe la entrada a Turquía de periodistas extranjeros, ahora hizo detener a una periodista holandesa en Turquía por un tuit crítico.
Nuevo clímax del abuso
Paralelamente, con el reciente ataque a la Sinfónica de Dresde y su proyecto sobre Armenia, el fuego cerrado de los abusos turcos ha alcanzado un nuevo clímax. El proyecto “Aghet” llama por su nombre el genocidio cometido por Turquía contra los armenios hace 100 años. Que la Comisión de la UE haya cedido a la masiva presión turca y quitado pasajes de texto correspondientes de su página de Internet es una señal equivocada.
Que no quede ninguna duda: la libertad es el bien supremo. La libertad del arte, de opinión y de expresión, de reunión y de las formas individuales de vida. Tanto nuestra sociedad como nuestro sistema económico están basados en esas libertades.
No vender el alma
Para quien aún no lo ha notado: nuestra libertad está hoy amenazada más que nunca después de la Segunda Guerra Mundial, aquí, ahora, en Alemania, en el corazón de Europa.
Es hora de levantarse y rechazar los intentos turcos de intromisión. Nos declaramos completamente solidarios con la Sinfónica de Dresde, así como también con los otros artistas y periodistas cuestionados por Erdoğan.
Ceder a la presión de Turquía, como lo ha hecho la Comisión de la UE, llevará a que Erdogan se atreva a más. Es cierto, en vista de la incapacidad europea para dar una respuesta adecuada propia, a Angela Merkel, la canciller alemana, no le quedó otro recurso que sellar un pacto con Erdoğan en la cuestión de los refugiados. Pero esa dependencia no puede ser tan grande que por ello debamos vender nuestra alma.