El momento del ataque del sábado fue, una vez más, extremadamente estratégico. La explosión ocurrió dos días después de que el jefe del Mando África de Estados Unidos encabezara una delegación para reunirse con el presidente de Somalia, Mohamed Abdullahi Mohamed. Posteriormente, tanto Mohamed como el comandante estadounidense reafirmaron los compromisos de sus países de luchar contra el grupo militante islamista, Al-Shabab.
El mismo día, el ministro de Defensa de Somalia y el jefe del Ejército renunciaron en una acción aparentemente coordinada. Aunque no se dieron razones oficiales para las renuncias, aparentemente consideraron que el Gobierno de Mohamed, que fue elegido en febrero, no les consultó lo suficiente sobre cuestiones de defensa.
En general, fue el momento perfecto para enviar un recordatorio de la impotencia del Gobierno somalí y sus aliados al detonar un camión lleno de cientos de kilos de explosivos en el centro de la capital, Mogadiscio.
Objetivo: máxima atención
Nadie ha reclamado la responsabilidad del ataque. Sin embargo, muchos dentro y fuera de Somalia creen que es el trabajo del grupo terrorista Al-Shabab. El grupo extremista tiene antecedentes de lanzar ataques con bombas contra objetivos civiles. Y desde que el Gobierno de Trump anunció planes para expandir sus ataques antiterroristas con drones, Al-Shabab ha intensificado su violencia, incluso en la vecina Kenia.
Este último atentado, en una intersección en el animado distrito de Hodan de Mogadiscio, una zona comercial llena de tiendas, hoteles y negocios, garantizó una gran cantidad de víctimas y, por lo tanto, mucha atención mediática.
Las protestas de los somalíes, que salieron a las calles el domingo, fueron dirigidas, ante todo, contra el terror y sus crueles perpetradores. Pero tan pronto como los muertos sean contados y enterrados, también saldrán a protestar en contra del Gobierno recién elegido, ya que este ha logrado en pocos meses, como es tradición en Somalia, perder la confianza de los votantes.
El actual Gobierno somalí también fracasará
Mohamed fue electo presidente en febrero de 2017 en votación indirecta por los ancianos tradicionales. Hubo grandes esperanzas para su presidencia, pero aún así, Mohamed no ha logrado abolir la compleja política somalí basada en clanes, mucho menos acabar con la corrupción endémica del país. Y la llamada "hoja de ruta" desarrollada por el Gobierno de Somalia, junto con las Naciones Unidas y otros socios, tampoco va a ninguna parte.
Después de la explosión, el alcalde de Mogadiscio dijo que Somalia necesita "mantenerse unida" contra el Al-Shabab. Algo fácil de decir pero difícil de hacer en un país donde las alianzas están definidas por clanes y no por el Estado, y donde políticos adoptaron apasionadamente el modelo colonial de "divide y vencerás".
Al igual que en otros países de la región, el terrorismo en Somalia, que principalmente mata a los musulmanes, no es una aberración religiosa, aunque la exportación del wahabismo saudí también tiene un impacto negativo en el Cuerno de África.
Así, el fundamentalismo religioso no explica el surgimiento de Al-Shabab. Más bien, el grupo proviene del al vacío de poder de un Estado que se había venido abajo desde que el régimen militar del presidente Mohamed Siad Barre fue derrocado en 1991. Siendo esencialmente un Estado fallido durante más de dos décadas, los Gobiernos somalíes, incluso el nuevo, son impotentes a la hora de parar la profunda crisis que agobia al país africano.
A pesar de sus promesas a las redes internacionales de terrorismo, Al-Shabab es, en esencia, un modelo comercial exitoso, que gana millones de seguidores en actividades como la exportación ilegal de carbón vegetal y la piratería.
La juventud somalí: entre el terror y el éxodo
Los desertores de Al-Shabab revelan que el grupo no necesariamente está lleno de fanáticos religiosos. Más bien, son hombres jóvenes que simplemente no pueden imaginar un futuro digno en su propio país. La incompetencia de los políticos somalíes, junto con la corrupción endémica a la par de los países más notorios del continente, deja a jóvenes con solo dos opciones: empacar sus maletas para huir a Europa o ser reclutados por el Al-Shabab.
Esos jóvenes han renunciado a cualquier esperanza de que la comunidad internacional muestre un interés real en estabilizar este país estratégico, aparte, por supuesto, de la monumentalmente infructuosa guerra contra el terror, así como lo demuestra la Realpolitik de los británicos y los estadounidenses, y más recientemente los jeques del Golfo.
El atentado del sábado golpeó la embajada de Qatar, hiriendo a un representante de este país. Lo que es tan lamentable como irónico. La crisis política entre Qatar y Arabia Saudita, que se está haciendo sentir en el Cuerno de África, es otro asunto que divide a un Gobierno somalí fraccionado ya irreparablemente en tantas otras cosas. Y es otro obstáculo más para que los políticos de Somalia se dediquen finalmente a traer la paz al país y a sus ciudadanos.
Autor: Ludger Schadomsky (FEW/ CP)