Una guerra asimétrica
15 de noviembre de 2015Un sentimiento se ha apoderado de muchos de nosotros tras los atentados terroristas en París: de que el mundo se ha vuelto loco y su orden se desmorona. El Papa habla incluso de una tercera guerra mundial. Pero no es una guerra mundial, sino una guerra contra el mundo. El yihadismo islamista no se limita al autoproclamado Estado Islámico. Hay muchos otros grupos, sectas y movimientos fundamentalistas: en Nigeria, Malí y Somalia; en la India, Bangladesh, Afganistán o Indonesia… y, por supuesto, en el Medio Oriente, en estados fallidos de Irak, Siria, Libia o Yemen. Y el yihadismo se dispersa más allá de estas regiones, tanto hacia Europa como hacia Rusia, desafiando al mundo.
No tiene sentido discutir si el islam es una religión de paz o de guerra. Sobre eso pueden orientalistas y teóricos del islam calentarse la cabeza. El yihadismo se remite y justifica con el islam, un islam originario entroncado, supuestamente, con el que el profeta Mahoma, que vivió hace casi un milenio y medio en Medina y La Meca, instauró. Y que pretende imponer un estilo de vida radicalmente religioso, acorde con su interpretación del Corán. Esta pretensión se puede calificar con una palabra: totalitaria. Los yihadistas querrían que todos viviéramos de la forma en que ellos consideran correcta. Ese es su desafío, su declaración de guerra al mundo, a la modernidad.
Pero es –claramente por razones tácticas– una guerra asimétrica. Pocos amenazan a muchos. Individuos sueltos atacan al Estado. Es una batalla de guerrillas islamistas contra un ejército. Y el principio es simple: el Estado debe hacer todo lo posible para evitar cualquier logro de los terroristas, debe hacer todo lo posible para que los ciudadanos disfruten de seguridad, cada hora, cada día, cada mes, cada año… y en cualquier lugar. Con que los terroristas consigan golpear con éxito una vez, como el 13 de noviembre en París, ya alcanzan su objetivo de hacer estremecerse a un Estado.
Y la guerra es asimétrica, porque los presupuestos de partida son diferentes. En un lado los yihadistas desdeñan su propia vida, en otro los policías y militares actúan racionalmente en pos de objetivos específicos. Allí se superan todos los límites de la brutalidad, aquí se actúa de acuerdo con los principios constitucionales. Unos están sometidos a la ley, los yihadistas en cambio se ven desatados por su ideología totalitaria. Su brutal disposición al asesinato va contra toda ley, democrática o natural. Más lucha desigual. Incluso aunque Occidente deba replantearse los fundamentos de su política de seguridad y renovarla.
"La sociedad abierta y sus enemigos" es como el filósofo austríaco Karl Popper tituló su libro más famoso. Las sociedades abiertas, liberales, son lo opuesto a todo poder o ideología totalitaria. Huyen de ideologías redentoras y defienden el Estado de Derecho. El yihadismo desafía las democracias liberales de Occidente hasta el límite de lo tolerable y más allá. Los terroristas quieren que renunciemos a nosotros mismos. Quieren derrotar a la modernidad. Con medios asimétricos. Eso significa que la lucha será prolongada. Dado que el movimiento yihadista se nutre con cada golpe de nuevos reclutas, sus reservas de terroristas dispuestos a morir son inagotables. Debemos prepararnos para eso.