El presidente de Venezuela quiere resolver la crisis política en su país con la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Un selecto gremio, cuyos miembros provendrán, por lo menos la mitad, de la clase obrera, las comunas, las misiones (chavistas) y los indígenas". La comisión presidencial que debe explicarle al pueblo dicha propuesta será dirigida por dos de sus ministros y su esposa (!). Maduro anunció que ya "hará llegar” más detalles. Solo que el objetivo de esta maniobra ya es claro: "Transformar el Estado y, sobre todo, esa Asamblea Nacional podrida que está ahí".
Palabras textuales de un hombre que otrora, aunque por poco margen, fue elegido y sigue siendo presidente de un gobierno que aún llama democracia, a pesar de que, en la realidad, ha suprimido la separación de poderes, y es responsable del hambre, la opresión y la violencia en su país. En Venezuela se sigue agravando la mayor crisis política y humanitaria en América Latina. Una crisis que amenaza ahora con extenderse a los países vecinos. Es una verdadera locura de Maduro actuar y expresarse así en medio de semejante situación.
Bertolt Brecht fue un emblemático intelectual de la dictadura de la RDA. Un intelectual al cual le eran permitidas ciertas cosas. Pero el poema "La solución", que escribió tras la sangrienta represión del levantamiento obrero del 17 de junio de 1953, solo se publicó después de su muerte.
Brecht cita en él a un funcionario socialista que acusó al pueblo de haber perdido la confianza del Gobierno y que para recuperarla, tendría ahora que trabajar el doble. A lo que sigue la famosa frase: "¿No sería más fácil que el gobierno disolviera el pueblo y eligiera otro?".
Maduro no quiere otra cosa, pero desafortunadamente su propuesta carece de toda ironía. Recordemos: el 6 de diciembre los venezolanos votaron libre y democráticamente una nueva Asamblea Nacional, en la que la oposición unida obtuvo una mayoría de dos tercios. Este Parlamento es el actual representante del pueblo. El presidente y su partido chavista elegidos dos años y medio antes, por estrecha mayoría, perdieron la confianza del pueblo.
Un hecho ante el que Maduro no buscó el diálogo ni impulsó reformas, como hubiera sucedido en un Estado democrático, sino más bien se dedicó a poner en el Tribunal Supremo de Justicia a sus fichas aliadas con el objetivo de mermar, paso a paso, las facultades del Parlamento. Las consecuencias son bien conocidas: en Venezuela ya no existen ni la separación de poderes ni el Estado de derecho. En su lugar, la crisis alimentaria y de medicamentos es cada vez más insoportable y la represión de la oposición más dura, así como crece el número de muertos, heridos y presos durante las manifestaciones. Aún así, la oposición no quiere renunciar y ya ha convocado a nuevas protestas. El país está convertido en un barril de pólvora y el "presidente" juega con cerillas.
Incluso su propio círculo interno parece reconocer el peligro. El canal estatal "TeleSUR" publicó un artículo bajo el elocuente título, la Asamblea Constituyente no "disolverá" los poderes. Uno de los electos ministros a la Comisión para la Convocatoria de la Constituyente aclaró que la oposición sería invitada y que la Constitución solo sería "protegida" para facilitar el diálogo.
Pero sabiendo que el diálogo sólo fue utilizado durante mucho tiempo para que el régimen ganara tiempo y redujera aún más el margen de acción de la oposición, también los chavistas deben darse cuenta de una cosa: con este jefe de Estado, bajo estas condiciones, no puede haber diálogo.
Incluso el indulgente Papa recordó, entretanto, que hay condiciones. Ocho países vecinos de Venezuela las enumeraron recientemente: fin de la violencia, restablecimiento del Estado de derecho, restauración de los derechos de la Asamblea Nacional, liberación de los presos políticos, establecimiento de un calendario electoral. Prosa más fácil de entender que la lírica de Bertolt Brecht.