Pittsburgh: ¿un nuevo capítulo en la política internacional?
23 de septiembre de 2009Cuando finalice la cumbre del G-20 el viernes, no habrá escasez de palabras elocuentes. En la última conferencia de prensa de dicho evento, es probable que los líderes del mundo se presenten a sí mismos como los salvadores del mundo.
Para el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, será una oportunidad para promocionarse con algunas noticias positivas que, a su vez, le ayuden a contrarrestar la pérdida de popularidad que ha sufrido en la encuestas de opinión más recientes.
Por su parte, para la canciller alemana, Angela Merkel, el final de la cumbre significará el gran desenlace de su campaña electoral. A tan sólo unos días de que se lleven a cabo la elecciones en Alemania, su participación en el G-20 será una buena oportunidad para aparecer en la escena internacional.
Es fácil predecir que el tono de los discursos en Pittsburgh será profundo y optimista.
Pero, ¿qué es lo que las 20 principales economías del mundo han logrado desde su primera reunión organizada en Washington en noviembre de 2008? El objetivo de dicha cumbre era realizar una revisión de la arquitectura financiera mundial para prevenir que una crisis como la del último año vuelva a ocurrir.
La idea era que cualquier producto y mercado financiero no podría evitar ser regulado en el futuro. Se hizo especial hincapié en los fondos de cobertura especulativos, las agencias calificadoras, los bonos bancarios y los paraísos fiscales. En resumen: el objetivo era dominar la avaricia que muchos expertos consideran el origen de la crisis mundial.
Hoy en día predomina un sentimiento de resignación dado que se tiene la sensación de que nadie ha aprendido las lecciones de la crisis actual. Una vez más, los titulares de los diarios están llenos de noticias enfocadas al excesivo pago de primas. Los bancos están haciendo una vez más miles de millones en ganancias, y en Wall Street, como en otros centros financieros del mundo, las personas continúan comportándose como si nada hubiera pasado.
Si bien esta percepción puede ser cierta en algunos casos, también ha habido cambios que han mejorado la situación. Varias instituciones financieras han sido sometidas a reformas y han comenzado a cuetionar los excesivos pagos entregados a niveles superiores. Del mismo modo, ya se han emprendido los primeros pasos contra los paraísos fiscales de todo el mundo y, de hecho, actualmente los bancos deben tener más capital para protegerse frente al riesgo que suponen las especulaciones basadas en capital prestado.
Sin embargo, todo esto no es suficiente. En gran medida, el debate en las últimas semanas se ha centrado en los pagos de las bonificaciones. Es una discusión con tintes electorales: mediante la iniciativa enfocada a establecer límites a las primas de los altos ejecutivos de bancos, los políticos pueden promocionarse como protagonistas de una batalla contra la injusticia social.
No obstante, la reforma al sistema bancario tomará más tiempo del que supone la simple intención de fijar un techo a los pagos de bonificaciones. Los bancos deben ser limitados en su capacidad de crecimiento con el fin de evitar que dichas instituciones se conviertan en gigantes que, en caso de fracasar, provoquen que el sistema financiero se colapse. Del mismo modo, no se les debe permitir a los bancos que realicen chantajes contra los gobiernos para ser rescatados.
La agenda que la UE llevará a Pittsburgh se inclina hacia esta dirección, pero los líderes europeos no serán capaces de sacarla adelante. Los dos mayores bancos del mundo en la actualidad no son de Europa o de los Estados Unidos, sino de China. Es difícil imaginar que el presidente de dicho país estará de acuerdo con cualquier medida que intente interferir con los balances de bancos chinos.
Aún existe otro problema: las buenas noticias acerca de una incipiente recuperación económica en Europa y los Estados Unidos han quitado algo de presión a las instituciones y políticos encargados de implementar las reformas. Alemania, por ejemplo, ya ha salido de la recesión.
El reto de Pittsburgh será una vez más aprovechar el impulso ganado en las cumbres anteriores de Washington y Londres. El peligro es que al final no haya más que declaraciones con buenas intenciones.
Una cosa que seguramente emergerá en la cumbre de Pittsburgh, como las de Washington y Londres, es el bosquejo de un nuevo orden mundial.
El G-8, como una idea autoproclamada de gobernantes del mundo, es una cosa del pasado. Este grupo no puede resolver los problemas que sus propios miembros han traído al planeta.
El foro del G-20 es mucho más adecuado para representar al mundo, por lo que es más probable que la cumbre del G-8, a celebrarse en Canadá en 2010, simplemente se convierta en una reunión del G-20.
Autor: Henrik Böhme
Editor: Enrique López