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PolíticaEl Salvador

Positivitez

6 de enero de 2025

En esta ocasión hago un esfuerzo por encontrar aquellas realidades de 2024 que me permiten tener algo parecido al positivismo o al idealismo. No creo que vaya a ser mi columna más certera, pero sí un esfuerzo honesto.

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Fuegos artificiales en la festividad de El Divino Salvador del Mundo, patrono de San Salvador (agosto de 2024).
Fuegos artificiales al inicio de las festividades de El Divino Salvador del Mundo, patrono de San Salvador (agosto de 2024).Imagen: Jose Cabezas /REUTERS

Nunca he sido una persona positiva. Nunca lo he maquillado. No lo soy. Muestra de ello son las diez columnas de opinión que les entregué en este espacio durante 2024: me declaré habitante de una dictadura en El Salvador; les hablé del narcoestado hondureño que está lejos de esfumarse; argumenté por qué la fe de quienes adoran a Bukele terminará carcomiendo a muchos. No soy un periodista positivo, si es que eso existe. No he cubierto a fondo realidades positivas en mi carrera. No encuentro argumentos para celebrar ante el panorama centroamericano.

Pero en esta ocasión hago un esfuerzo por encontrar aquellas realidades de 2024 que me permiten tener algo parecido al positivismo o al idealismo, como quieran verlo, o a algo parecido, pero menor. No creo que vaya a ser mi columna más certera, pero sí un esfuerzo honesto.

En muchas ocasiones, desde que era ya un mítico futbolista en el Cádiz de España, el salvadoreño Mágico González, aquel de quien Maradona dijo que era mejor que él, mencionó una palabra que inventó, tan humilde, imperfecta, burlona, efectiva y encantadora como él mismo: positivitez. Abrazo esa palabra incorrecta para decir lo poco que diré.

Encuentro, sin duda alguna, positivitez en el hecho de que, pese al exilio, el encarcelamiento, las acusaciones penales, los insultos presidenciales, Pegasus, las auditorías fiscales, el interesado y cambiante algoritmo de las redes sociales, el periodismo centroamericano esté tan vivo como los autoritarismos que incomoda. En 2024, el periodismo nicaragüense siguió demostrando con precisión, pese al destierro, el juego burdo de la tiranía de Ortega y su familia; el periodismo salvadoreño puso sobre la mesa pruebas contundentes del enriquecimiento seudocolonial de Bukele y su familia. No ya de sus acólitos en el gobierno, sino de ellos, de los que cargan con ese apellido. El periodismo tocó la cúpula esquivando el tan cuidado secreto estatal; en Guatemala, el periodismo siguió explicando la cooptación del sistema de justicia por una mafia militar y empresarial, a pesar de que eso haya costado el encarcelamiento, acusaciones y exilios de varios colegas, y también cuestionó la parsimonia del actual presidente para enfrentarla; en Honduras, el periodismo serio no se sumó a los aplausos fáciles ante el nuevo gobierno y demostró, entre otras cosas, el fracaso del estado de excepción ordenado por "la presidenta del cambio”, que en la hora difícil apostó de nuevo por policías corruptos y militares furiosos; en Costa Rica, el gremio no se duerme en sus laureles, y pelea cada pregunta incómoda en conferencias de prensa y cada ataque del presidente Rodrigo Chávez, que añora lo que su homólogo salvadoreño tiene: todo el poder. En general, el gremio centroamericano (parte de él, los que no han cedido al facilismo del conveniente aplauso y la conferencia de prensa como fuente única de información) sigue revelando.

La positivitez de la que hablaba el Mágico no tenía que ver con escenarios gloriosos, lo sabía él, que debutó en un mundial en 1982 perdiendo 10 a 1 en la mayor goleada de los mundiales. Tiene que ver con encontrar una gambeta, un aire inexplicable, un impulso contra natura para seguir en el campo y no colgar las botas y decir lo lógico: ya basta.

Me despiertan positivitez, de esa que nunca alcanzaría a ser idealismo, los valientes gestos de una minúscula parte de la sociedad centroamericana que no se deja aplastar por la mayoría que jura en las plazas a un presidente que les pide que juren lealtad absoluta ni se amilanan ante un sistema judicial que va tras ellos que se han quedado solos bajo los reflectores. Como tras el 10 a 1 contra Hungría en aquel humillante 15 de junio de 1982, cuando los salvadoreños salieron a jugar cuatro días después contra Bélgica, la subcampeona europea, y perdieron, pero 1 a 0; y luego, cuatro días después, contra Argentina, campeona del mundo, y perdieron, pero 2 a 0.

Me despiertan positivitez los familiares de los presos del régimen de Bukele que en un El Salvador bajo un interminable régimen de excepción salen a las calles dando su rostro y diciendo que su pariente no era marero ni delincuente; y las organizaciones de la sociedad civil que en El Salvador acompañan a esas familias y en una Guatemala sin garantías procesales se enfrentan a gigantes de la minería y en la letal Honduras denuncian a los desaparecidos de un estado de excepción que no dejó logros, pero sí víctimas. Ya perdieron en grande, ya no les da miedo volver a perder.

Sin esa gente, todo fuera monólogo. Sin esa gente, no habría 10 a 1. Habría 10 a 0. Me despierta positivitez ese uno. Me despiertan positivitez las otras dos derrotas chiquitas.

Y ya. Terminé. Seguramente haya más razones para tener positivitez en este 2025, pero lo dicho desde el inicio: no soy el hombre más positivitezco.

Hace poco, durante un homenaje de esos donde el Mágico se ve más incómodo que fuera de Cádiz o de El Salvador, explicó esa palabra que se inventó. Dijo: "…Todo lo que tenga que ser, lo que venga, y desde ese momento, ya sea con lluvia, ya sea un cielo estrellado, ya sea un no sé, una noche muy brava, para mí que ojalá (Dios) nos ayude con la positivitez que se espera…”.

(ers)