Referendum on the rocks
7 de noviembre de 2002Los gibraltareños lo tienen claro: no quieren ser españoles. Para Gran Bretaña, lejos de ser motivo de orgullo, la lealtad de los habitantes del peñón se ha convertido en un lastre que le impide llegar a un acuerdo con España que zanje por fin esta pugna de 300 años. Por eso, no sólo Madrid, sino también Londres, restaron a priori validez al referendum organizado por el primer ministro del roquerío, Peter Caruana.
Gibraltar fue ocupado por los británicos en 1704, en medio de las zozobras de la guerra de sucesión española. Nueve años más tarde, el peñón fue adjudicado definitivamente a la Corona británica, en el tratado de paz de Utrecht. Pero éste también contemplaba que si Gran Bretaña desiste de sus derechos, volverá a manos de España.
Voluntad de negociar
Una renuncia semejante no se le pasó ni por la mente a Londres durante siglos, dada la importancia estratégica de este territorio de 6,5 kilómetros cuadrados, que une al Mediterráneo con el Atlántico. Sin embargo, los tiempos han cambiado y la soberanía del enclave ya no tiene la misma relevancia para el comercio y la guerra; máxime porque España es un país amigo, socio de Gran Bretaña tanto en la OTAN como en la Unión Europea. Y esa amistad ha adquirido entretanto mayor peso que la eterna pugna que la empaña.
El gobierno de Tony Blair, harto del diferendo, emprendió por lo tanto negociaciones con Madrid. Pero tres siglos de disputa no son fáciles de superar. Las discrepancias quedaron pronto en evidencia. Los británicos se empecinaron en su propuesta de compartir con España la administración del Peñón per secula seculorum. Madrid, por su parte, sólo estaría dispuesto a aceptar una administración compartida como solución transitoria y no a desistir para siempre de sus reivindicaciones sobre el territorio.
Resistencia gibraltareña
Pero estas divergencias no parecen imposibles de superar. Y eso ha puesto en alerta a los habitantes de Gibraltar, que se sienten pasados a llevar y no han desperdiciado ocasión alguna para dejar en claro que quieren seguir siendo súbditos de su majestad británica. La animadversión que sienten hacia España se deriva, en buena medida, a las experiencias de los tiempos de Franco, quien ordenó un bloqueo absoluto del peñón en 1969. La idea franquista era arruinar económicamente al enclave británico, sólo accesible entonces por vía aérea o marítima.
La frontera volvió a abrirse en 1985, diez años después de la muerte del dictador. Pero hasta el día de hoy hay engorrosos controles, que dan cuenta de las tensiones entre gibraltareños y españoles. Claro que la resistencia de los habitantes del peñón no sólo tiene factores emocionales e históricos. Hoy en día temen, sobre todo, que la anexión a España los despoje los privilegios de que disfrutan actualmente como paraíso tributario e importante plaza financiera. Ese es un aspecto que, sin duda, deberían tomar en cuenta sus majestades británica y española, en los intentos de buscar un arreglo a este anacrónico conflicto.