República Centroafricana, la otra guerra olvidada
1 de mayo de 2017Con un martillo en la mano, Marcel Hamat recorre su casa. O lo que queda de ella, en realidad. El hombre, de 52 años, está en su pueblo natal, Iyeda, por primera vez desde que, en octubre de 2016, éste fuera atacado e incendiado casi en tu totalidad. El lugar queda entre dos frentes: pocos kilómetros hacia el oeste comienzan los dominios de la milicia 3R, específicamente la localidad de Koui. 3R significa "retour, réclamation, réhabilitation", es decir "retorno, reivindicación, rehabilitación" y está constituido por pastores musulmanes de la etnia Peuhl, también conocidos como "Fulbe". Hacia el este, en la ciudad Makunzi Wali, están los Anti-Balaka, una milicia mayoritariamente cristiana.
Iyeda es ahora una ciudad fantasma, donde nadie vive. La casa de Hamat está totalmente quemada, igual que la de sus padres, que está cerca. "Esto hicieron los Peuhl acá", dice, mientras rebusca entre los últimos restos de metal quemado que quedan, con la esperanza de volver a utilizarlos. Con ellos Hamat se dirigirá hacia Makunzi Wali, donde encontró refugio. Allí, como cristiano, se siente protegido por las fuerzas Anti-Balaka, que ofrecen ese servicio a cambio del pago de sobornos.
El coronel Goumou Passy es uno de los líderes de los Anti-Balaka. Sus fuerzas lucen casi como un montón de aventureros: crispados por las drogas, armados con fusiles de caza, llenos de fetiches que supuestamente los protegen de las balas de los enemigos.
El mayor enemigo de Passy es la milicia 3R de Koui. Durante semanas, ha bloqueado la ayuda humanitaria enviada hasta esa región, empeorando las condiciones de vida de quienes están atrapados allá. "Esto es una guerra, cada lado tiene su propia estrategia", dice a DW. "Y nosotros hemos decidido cortar el suministro por un tiempo".
De pastor a líder rebelde
La guerra en la República Centroafricana ya dura más de cuatro años. En marzo de 2013 los rebeldes del grupo musulmán Séléka derrocaron al gobierno, por el que se sentían abandonados. Y saquearon ciudades y pueblos enteros, lo que llevó a la formación del movimiento Anti-Balaka. Lo que al comienzo surgió como grupos cristianos de autodefensa derivaron rápidamente en numerosas bandas de jóvenes armados fuera de control. En 2016 fue elegido otra vez un gobierno, pero su esfera de influencia no alcanza más allá de los límites de la capital, Bangui. El país está cada vez más dividido religiosa y étnicamente. Actualmente, hay activos en la región 14 grupos armados, que cada tanto se enfrentan entre sí, dejando a la población civil muchas veces en medio del fuego cruzado. Solo en la región de Koui en los últimos meses unas 15 mil personas debieron abandonar sus hogares.
En Koui el control lo tiene el comandante Sidiki Abass. Ataviado con un turbante y una túnica blanca, se para frente de su casa, que es custodiada por una docena de hombres fuertemente armados. Abass, que era pastor, ahora es la máxima autoridad de 3R, y tiene bajo su mando -según él mismo dice- a más de un millar de combatientes. La organización de derechos humanos Human Rights Watch acusa al grupo de cometer toda clase de abusos, como torturas y violaciones. Abass lo niega. "Nosotros acá no estamos seguros, somos atacados sistemáticamente por bandas y por los Anti-Balaka".
Abass gesticula mucho cuando habla. "El gobierno no se hace cargo, por eso debemos hacerlo nosotros".
"Si el 3R desaparece, esto sería una catástrofe", dice el también alcalde y sultán de Koui, mientras recibe a representantes de organizaciones de ayuda y periodistas en su pequeño palacio. "Los Anti-Balaka quieren eliminar a todos los musulmanes. Nos han hecho mucho daño. Numerosas casas y pueblos de musulmanes han sido incendiados", acusa. Adamou Dawda Yahya teme nuevos ataques de los Anti-Balaka, como reacción a la represalia perpetrada por milicianos del 3R hace algunas semanas en un poblado cristiano. El sultán fue especialmente cuidadoso en no criticar a los rebeldes por ello.
"Siempre hemos vivido en paz"
Mientras el sultán conversa con la prensa, un grupo de hombres espera pacientemente. Discretamente, se nos acercan. Son cinco pastores y un imán que han escrito una carta conjunta, donde exigen poner término de una vez al conflicto. "No existe ninguna diferencia entre los musulmanes y los cristianos acá", dice el pastor Leon Dollet, y entrega la misiva a un funcionario de una organización benéfica. "Siempre hemos vivido en paz y armonía. Son los del 3R y los Anti-Balaka los que provocan las tensiones. Queremos vivir en paz de nuevo. Y queremos que los vecinos que se han ido regresen a nuestros pueblos y podamos vivir todos juntos".
También Marcel Hamat volvería feliz a su hogar, pero por ahora eso es impensable. Con los restos de su casa incendiada quiere construir un nuevo hogar en Makunzi Wali. "Lo que pasó, pasó", dice. "Pero no tengo rabia. Simplemente debemos mirar hacia adelante, pensar en el futuro".
Jan-Philipp Scholz / Adrian Kriesch (DZC)