"La represión en Nicaragua está en todo su furor"
7 de octubre de 2021Deutsche Welle: ¿Qué sintió usted el pasado mes de julio cuando acudió a declarar citado por la Fiscalía en el marco del caso contra Cristiana Chamorro?
Sergio Ramírez: Sentí que la situación estaba cambiando radicalmente en el país, que había un plan deliberado de frustrar las elecciones y que muchos límites ya se habían roto luego de que hubiera sido detenida un figura tan prominente como Cristiana Chamorro, hija de Pedro Joaquín Chamorro, mártir de las libertades públicas, como ha sido declarado oficialmente, e hija de la expresidenta Violeta Chamorro.
Al llamarme a mí, sentí que también se estaba rompiendo otra línea de contención y que comenzaba una criminalización de todos aquellos que alzaran una voz crítica o fueran obstáculo dentro del plan de frustrar las elecciones, un plan construído desde que el régimen mandó aprobar unas leyes represivas, como la ley de defensa de la soberanía nacional y otra ley de ciberdelitos.
Yo salí después hacia EE. UU. porque tenía que hacerme una revisión médica. Ocurrió que, del avión en el que yo salía, llegaba Arturo Cruz, otro candidato presidencial, y fue detenido en el aeropuerto. Y luego comenzaron las capturas, una tras otra, de modo que yo ya me sentí verdaderamente inseguro y decidí no regresar a Nicaragua. Fuimos a Costa Rica para esperar a ver qué pasaba, pero entonces las cosas empeoraron, porque secuestraron mi último libro en la aduana y después me acusaron a mí criminalmente… Y esa es la situación en la que ahora estamos.
¿Nicaragua ya es una dictadura?
Hace mucho tiempo. Un examen de la situación nos indica que no hay garantías ciudadanas, no hay respeto a los derechos humanos, todos los poderes del Estado están concentrados en una sola mano: el poder judicial, el poder electoral, la Fiscalía.
Todo el sistema jurídico ha desaparecido bajo el arbitrio de decisiones que son tomadas de manera ilegal. Esto lleva a la intolerancia frente a la opinión ajena, a perseguir a periodistas, al cierre militar del diario La Prensa, que era el único periódico escrito que quedaba en el país, al exilio de decenas de periodistas.
¿Qué espera usted de la posición de Alemania y la UE hacia Nicaragua?
Yo desearía una postura más enérgica, más constante. Hay declaraciones esporádicas y yo creo que algunos Gobiernos siguen viendo el régimen de Nicaragua como una democracia en deterioro que se puede salvar. Eso me parece que es una idea bastante ingenua. Ortega no va a ceder un milímetro de poder, y cuando se le ocurra abrir una negociación, porque lo hará en determinado momento, va a ser para buscar espacios de legitimación internacional y seguir consolidando la dictadura.
¿Cómo valora las sanciones que EE. UU. ha impuesto sobre el entorno de Ortega?
Es muy contradictorio. EE. UU. ha sancionado a individuos y a algunas instituciones, como el Ejército de Nicaragua, que fue puesto en la lista negra. Pero, hace pocos días, el agregado militar de EE. UU. en Nicaragua, en una reunión con jefes militares, declaró que, por instrucción de sus superiores, él declaraba su adhesión al Ejército y su confianza en que este era un factor de estabilidad en el país.
Cuando el presidente Biden hace la lista de dictadores de América Latina en su discurso ante la ONU, omite el nombre de Ortega. Yo veo que, mientras el secretario de Estado hace declaraciones muy fuertes contra Ortega, el FMI, sobre el que EE. UU. tiene una gran influencia, le da a Ortega un préstamo de cerca de 400 millones de dólares.
Nicaragua no está en la lista de países estratégicos, es más bien marginal. Su economía es muy pequeña, no es como Venezuela. Rusia tiene las manos muy metidas en Nicaragua, pero quizá EE. UU. no ve esto como una amenaza, pero sí se lo parecería si se tratara de Venezuela, un país que sí es verdaderamente estratégico para los intereses de EE. UU.
Con Venezuela, EE. UU. trata de patrocinar una negociación para que, bajo la pretensión de que Maduro permita elecciones libres, se produzca un cambio de gobierno. Eso es muy ingenuo también. Maduro ha abierto negociaciones para consolidarse en el poder, para buscar espacios internacionales. Es lo mismo que haría Ortega si abriera una negociación.
Todo tiene un fin en esta vida ¿cómo anticipa usted que pueda ser el final del poder del binomio Ortega-Murillo?
Eso es muy difícil saberlo. En Nicaragua, la represión está en todo su furor, cualquier persona puede ser detenida en cualquier momento. No hay garantías para nadie. A una persona se le puede impedir que salga de su casa. La gente que impulsaba el movimiento opositor, o está presa, o en el exilio. Los periodistas que movían la opinión pública, también se han tenido que ir al exilio.
Las fuerzas armadas, la Policía y el Ejército están consolidados alrededor de Ortega. Yo no caigo en el síndrome del exiliado, que siempre está multiplicando sus esperanzas de que las cosas se vayan a resolver rápidamente. No hay una crisis que indique que Ortega esté dispuesto a ceder poder. Él busca siempre más poder. Al fin y al cabo, esa es su debilidad. El hecho de encarcelar a los candidatos presidenciales también es síntoma de debilidad. Perseguir una novela como la mía, impedir que entre en el país o impedir que me exprese libremente también es muestra de debilidad. ¿Cuándo todo eso va a cuajar en un cambio? Yo realmente no podría decirlo.
El 7 de noviembre hay elecciones ¿qué va a suceder después?
Nada. Lo que va a ocurrir en Nicaragua no puede llamarse elecciones. Es un proceso administrativo para confirmar a Ortega y a su mujer en el poder. Cuando Ortega tome posesión de nuevo de la presidencia en enero de 2022, va a buscar cómo acallar las voces críticas a nivel internacional y va a buscar un legitimidad. En ese momento, abrirá una negociación y va a ofrecer lo que tiene: los presos políticos, sus rehenes, a cambio del reconocimiento internacional.
Tras su decisión de no regresar a Nicaragua y las acusaciones de la Fiscalía contra usted, ha recibido un gran apoyo del mundo internacional de la cultura y la política, e incluso la petición de los expresidentes de Costa Rica para hacerlo ciudadano costarricense. ¿Qué ha supuesto eso para usted?
Es un gran consuelo en el dolor de ser un exiliado. Creo que lo peor que le puede pasar a alguien es que le nieguen entrar a su patria. No, qué digo, hay cosas peores, como es estar en la cárcel. Los prisioneros políticos de Nicaragua están sufriendo muchísimo las torturas psicológicas, interrogatorios a medianoche, a algunos no les apagan la luz por la noche, a los mayores no les entregan sus medicamentos.
Todo eso es un verdadero drama. Yo soy parte de los 40.000 exiliados que hay en Costa Rica y yo los represento a ellos porque tengo una voz que es escuchada, pero el exilio es algo muy duro. Tengo mi casa, mis libros de toda mi vida allí, y la idea de pensar que no volveré a encontrarme en ese refugio que yo he tenido para escribir es dura también. Pero, a estas alturas de mi vida, tengo que afrontar la situación como es.
Aunque también ejerció como político, usted es un escritor que a menudo se ve obligado a expresar su opinión sobre su país. No le pasaría lo mismo a un autor suizo o danés o finlandés… ¿Siente que Nicaragua condiciona en exceso su obra?
Sí. Cada escritor es hijo de su propia circunstancia y la circunstancia más notable de un escritor es el país donde nació: su infancia, sus recuerdos, su juventud, la naturaleza, la sociedad. Es lo que uno conoce primero y, por tanto, la esencia mía está en Nicaragua.
Quizá la vida de un escritor finlandés no tiene tanto que ver con la vida pública, porque en ese país todo es más apacible, más previsible, pero sí tiene una vida afectiva. A quien le arrancan de la vida afectiva le provocan un sufrimiento, porque eso es el exilio, la imposibilidad de regresar. Y eso le sucedería a cualquier escritor, sea de donde sea.
Su última novela, Tongolele no sabía bailar, censurada en Nicaragua, ¿es un espejo para el poder en su país?
La novela está fijada en el año 2018, que es cuando se da la masacre en contra de los jóvenes que salen a protestar a las calles. La novela incluye hechos relevantes que se dan dentro de ese contexto, pero, al fin y al cabo, no es una novela política. Trata de la política, porque ese es un elemento creativo en Nicaragua siempre. Trata de un régimen esotérico, que se basa en creencias sobrenaturales. Eso para un novelista es irrenunciable...: la adoración de los árboles de la vida, la protección contra el mal de ojo… todo eso es un cebo muy grande para cualquier escritor.
Y hay cosas que han quedado fuera de la novela: la pareja presidencial se sienta en las reuniones públicas alrededor de una estrella de cinco picos ardiendo. Es como que fuera un aquelarre… (Risas) Qué cosa más seductora para un novelista que tocar estos temas que, obviamente, cuando irritan al poder, causan riesgo. Pero un escritor que se calla o se autocensura, ha equivocado el oficio.