La homofobia en la Iglesia católica
1 de diciembre de 2010Mientras Alemania espera la ‘salida del armario’ de su primer sacerdote católico, los medios germanos se arremolinan en torno a David Berger, cuyo libro La sagrada apariencia fue lanzado al mercado el pasado 24 de noviembre por la editorial Ullstein. Berger es teólogo y ex director de la revista Theologisches, la publicación por antonomasia del catolicismo ultraconservador en el país de Martín Lutero. De ahí que su volumen –una aguda disección de la homofobia practicada sistemáticamente desde el Vaticano hacia abajo– haya acaparado la atención de la prensa.
Ya en el artículo No pude callar más, redactado para el diario germano Frankfurter Rundschau en abril, Berger había anunciado su homosexualidad a los cuatro vientos, describiendo todo aquello que en un primer momento lo atrajo hacia la institucionalidad católica y las razones que lo llevaron a distanciarse de ella; entre otras, el uso de la homosexualidad de los clérigos como herramienta de chantaje a lo largo y ancho de la jerarquía eclesiástica, y el enorme sufrimiento infligido a quienes no guardan su homosexualidad en secreto.
El teólogo fue despedido de su cargo como profesor de la Academia Pontificia Santo Tomás de Aquino a finales de julio, tres meses después de que dicho periódico de Fráncfort del Meno publicara sus reflexiones. Hoy, Deutsche Welle conversa con David Berger sobre la homofobia como síntoma de problemas más graves en el corazón de la Iglesia.
Deutsche Welle : ¿Cómo describiría usted la postura actual de la Iglesia católica de cara a la homosexualidad?
David Berger : Su postura está llena de contradicciones. Oficialmente, tiene vigencia el Catecismo de la Iglesia Católica, que habla de tratar a las personas homosexuales con tacto y respeto; pero en otros documentos, como el texto preparado por Joseph Ratzinger para la Congregación para la Educación Católica en 2005, se dice que ningún homosexual puede aspirar a convertirse en sacerdote por no ser capaz de establecer un contacto ‘normal‘ y ‘saludable‘ ni con hombres ni con mujeres. Sin embargo, los argumentos que sustentan semejante acusación brillan por su ausencia.
De manera similar, en Luz del mundo, el libro más reciente del Sumo Pontífice, Ratzinger se distancia de la noción, según la cual, no es la orientación homosexual como tal, sino el ejercicio de la homosexualidad la que representa un pecado. Es decir, Ratzinger describe la atracción erótico-afectiva que un hombre siente por otro hombre, en sí misma, como un ‘estado pecaminoso’. A más tardar allí se hace evidente la radicalización de la Iglesia católica frente al tema de la homosexualidad bajo el pontificado de Benedicto XVI.
Joseph Ratzinger no ha tendido a estimular el ecumenismo. Sin embargo, ha conseguido establecer alianzas con Gobiernos y organizaciones religiosas para ofrecer resistencia a resoluciones y declaraciones de la ONU que buscan proteger los derechos humanos fundamentales de las minorías sexuales. Con los representantes de Rusia y China de cara a la Resolución Brasil de 2003, y con los de Estados Unidos y la Organización de la Conferencia Islámica durante la moción del 18 de diciembre de 2008…
Yo tengo la impresión de que el Vaticano establece alianzas de facto con ciertos mulás iraníes al hacer declaraciones sobre la presunta decadencia de Occidente y la liberalización de la moral y las costumbres, sin importarle el destino de los hombres homosexuales en Irán. El Vaticano sabe que la homosexualidad es castigada con la pena de muerte en Irán y tolera esta situación cuando establece alianzas con sus líderes religiosos, como también tolera el hecho de que se restrinjan los derechos de la población femenina en ese país.
La discriminación que padecen los hombres homosexuales en el seno de la Iglesia católica no está del todo divorciada de la misoginia que impera en esa institución. Usted ha denunciado hasta ahora la opresión sistemática de la que son objeto los hombres homosexuales, ¿cree que se pueda poner fin a la homofobia dentro de la Iglesia sin abrirla a la participación igualitaria de las mujeres?
Sí, se puede, pero esa sería una hazaña muy pequeña. Esta situación debe ser contemplada desde una perspectiva amplia; la Iglesia católica tiene serios problemas a la hora de tratar el tema de la sexualidad humana y la homofobia institucionalizada es sólo una pieza dentro de un gran mosaico. Esta Iglesia de hombres célibes se muestra intransigente cada vez que aborda la materia, pero sus argumentos para justificar la exclusión de las mujeres de la ordenación sacerdotal y la persecución de los hombres homosexuales no pertenecen a la esencia del cristianismo.
Quien lea la Biblia sin asumir una actitud fundamentalista se dará cuenta de que ese texto no dice nada al respecto. Es la Iglesia, como institución, la que lo interpretó para convertir la sexualidad en un tabú y rodearla de prohibiciones estrictas, sabiendo de antemano que la gente no iba a poder respetar esas vedas. Esas prohibiciones van en contra de la naturaleza y la Iglesia sabe que siempre tendrá a su disposición a un contingente de ‘pecadores’ para echarle en cara sus faltas y poder exigirle lealtad. Ese es uno de los secretos del éxito de la Iglesia católica.
Cabe suponer que, para acabar con la discriminación de los homosexuales dentro de la Iglesia católica, hay que implementar otros cambios igualmente grandes…
La Iglesia católica debe empezar por normalizar su relación con la sexualidad para que pueda reflexionar y hablar sobre ella sin contaminarse con las neurosis personales de sus clérigos. Y esa normalización pasa por la abolición del celibato obligatorio; se puede ser célibe voluntariamente, como ocurre en la Iglesia del Oriente. Otro paso importante es poner fin a la lectura fundamentalista de la Biblia y analizar con mayor detenimiento los pasajes en donde supuestamente se condena la homosexualidad.
Una lectura histórica y crítica de la Biblia revelará que en ese texto se hacen planteamientos propios de la época en que se redactó, pero no necesariamente aplicables en la nuestra. Hoy día, la Iglesia católica no condena a quienes toquen voluntariamente la piel de un cerdo o consuman su carne, por ejemplo.
En noviembre de 2009, el arzobispo de Volokolamsk y encargado de las relaciones eclesiásticas del Patriarcado de Moscú, Ilarión Alféyev, anunció que la Iglesia ortodoxa rusa suspendería el diálogo con la Iglesia luterana debido al nombramiento de una mujer –la teóloga Margot Käßmann– como autoridad máxima de la Iglesia Evangélica de Alemania. Por otra parte, la amenaza de cisma pende sobre la Iglesia Anglicana desde que Gene Robinson se erigiera en el primer obispo abiertamente homosexual de esa institución en 2003 y la ordenación de mujeres como obispas fuera aprobada a mediados de 2008. ¿Puede la Iglesia católica implementar este tipo de reformas sin dividirse o perder el grado de poder e influencia que le queda?
Es difícil decirlo. Joseph Ratzinger ha envalentonado a los sectores tradicionalistas de la Iglesia católica. Si hoy el Papa decidiera encaminar a la institución por senderos más modernos, tendría que contar con la revuelta de los círculos más conservadores. A la Iglesia le iría mejor si un grupo de fundamentalistas decidiera separarse de ella.
De momento, la tendencia parece apuntar en dirección opuesta. ¿No son los feligreses más progresistas quienes están abandonando oficialmente las filas de la Iglesia católica?
La cantidad de personas que abandonan la Iglesia es mayor en aquellos países donde el Papa ha nombrado obispos ultraconservadores, como en Austria; eso hace que el conservadurismo tenga un auge notable dentro de la institución porque los hardliners se quedan y aumentan su grado de influencia. Lo peor sería que la Iglesia católica quedara reducida a una pequeña secta de cristianos extremistas.
Usted se mostró cuidadoso al decir en los medios que ‘un gran número de clérigos y aspirantes al sacerdocio en Estados Unidos y Europa tienen tendencias homosexuales’. ¿Por qué omitió por completo a los de América Latina, África y Asia?
Porque no conozco la situación de los clérigos homosexuales en esas regiones y no puedo permitirme emitir juicios en su nombre.
¿Qué efectos espera usted que tenga la publicación de su libro La sagrada apariencia?
Yo espero que este libro refuerce la confianza de los teólogos y sacerdotes gays en sí mismos. Las numerosas cartas que he recibido me han dado a entender que muchos de ellos están dispuestos a conquistar un lugar en la Iglesia católica y a denunciar los actos de chantaje de los que son objeto. Parecen estar diciendo: ‘¡No permitiremos que nos pongan bajo presión!’.
Pero, usted no está contando con que los clérigos gays ‘saldrán del armario’ masivamente, ¿o sí?
No necesariamente. Declararse homosexual para consolidar la confianza en sí mismo y defender los propios derechos no es algo que deba hacerse públicamente. Basta con que esa declaración tenga lugar frente a un obispo; esa es una manera de decir, por ejemplo: ‘Yo soy homosexual, me apego al principio del celibato, pero espero que la Iglesia se abstenga de tratarme como un sacerdote de segunda clase’.
Está por verse si la declaración pública de su homosexualidad juega un papel ejemplarizante…
Esa fue mi idea: alguien tiene que dar el primer paso y el indicado para hacerlo es aquel que tenga menos que perder, el que corra menos riesgos. Al ‘salir del armario’, yo no corrí los riesgos que habría corrido un sacerdote católico, cuya subsistencia –incluso económica– depende por completo de la Iglesia. Yo tengo ese privilegio y por eso tengo el deber de dar este paso.
Autor: Evan Romero-Castillo
Editor: José Ospina-Valencia