Los lobbies del petróleo y del gas tienen línea directa con altas instituciones y representantes políticos. Influyen en la redacción de leyes y siembran dudas sobre la crisis climática.
Pero esta no es la única estrategia. A menudo se muestran a favor de la transición energética y de la reducción progresiva de los combustibles fósiles, sin renunciar totalmente a ellos.
En sí, los lobbies no son malos por naturaleza. No solo las multinacionales; también las ONG, los sindicatos y la sociedad civil pueden beneficiarse de ellos.
El problema está en el desequilibrio. Los lobbies de los combustibles fósiles disponen de mucho dinero, accesos privilegiados y capacidad para crear campañas mundiales de desinformación. Algo que no tienen ni las comunidades locales ni los ambientalistas.