Salvar las cosechas
20 de mayo de 2014Los vendedores de frutas de Kabul sortean el tráfico con sus carros rebosantes de colorida fruta. En sus puestos se amontonan granadas, uvas y albaricoques. Un panorama que contrasta con las imágenes áridas del oeste de Afganistán, zona arrasada por la guerra. El país es rico en biodiversidad y muy conocido entre sus vecinos con su deliciosa fruta y productos agrícolas. Afganistán también se considera uno dos primeros lugares del planeta donde los humanos cultivaron la tierra, y alberga cosechas muy antiguas y esenciales para el mantenimiento de la diversidad y la seguridad del suministro alimenticio mundial.
“Las primeras cosechas del mundo se cultivaron aquí, en el área que se expande desde Tayikistán hasta Uzbekistán, pasando por Afganistán y llegando hasta Pakistán”, dice Andrew Scanlon, director de la división afgana del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP por sus siglas en inglés). “Las primeras cosechas de trigo se cultivaron cuando los humanos se establecieron por primera vez en esta región, y todavía se siguen cultivando en las aldeas locales”, añade.
La agricultura es fundamental en Afganistán: el 70-80% de la población trabaja en este sector. Pero 30 años de guerra no solo han dejado su marca en la población afgana, sino también en la biodiversidad del país, y esto ha provocado una pérdida de importantes conocimientos agrícolas tradicionales que iban pasando de generación en generación, según Scanlon.
Otro importante elemento que se perdió durante los años de la guerra fue el ancestral sistema de irrigación del país, conocido como “karez”. Este sistema transportaba agua de áreas montañosas por vías subterráneas, evitando así la evaporación en el árido clima afgano, y se mantenía tradicionalmente a nivel de las aldeas. Hoy día, solo un cuarto de la estructura total todavía funciona. No obstante, el ministerio afgano de Agricultura, Irrigación y Ganado planea reconstruir el resto, en lugar de optar por otros métodos de riego.
En la actualidad, ONGs internacionales y nacionales, universidades y el gobierno afgano trabajan conjuntamente para recuperar el conocimiento perdido a través de programas y cultivo de plantas endémicas de Afganistán.
Diversidad de cosechas
La producción agrícola mundial depende de un número sorprendentemente pequeño de cosechas. Solo unos 150 tipos de plantas se cosechan a gran escala a nivel global, según la organización Global Crop Diversity Trust, cuyo objetivo es mantener la diversidad de las cosechas almacenando semillas de todo el mundo.
Estas cosechas tienen gran variedad; algunas de ellas están domesticadas y otras son silvestres, y puede variar no solo en color y sabor, sino también en su tolerancia a las enfermedades, plagas y diferentes temperaturas, dependiendo de su origen. Estas cualidades se pueden combinar en un número “casi infinito de formas”, según la organización: algo que los seres humanos llevan haciendo desde hace milenios, manteniendo las mejores semillas, cultivándolas y cruzándolas para obtener diversas características.
Muchas variedades han desaparecido como resultado de la selección de cultivos con más rendimiento y mayores beneficios, pero aún así es necesario mantener la diversidad de cosechas para asegurar la seguridad alimentaria en el futuro. Una manera para ello es volver a los orígenes de la agricultura, según Scanlon: “La única manera de conseguir la diversidad genética necesaria para los grandes productores agrarios y para evitar enfermedades en los cultivos es volver a lugares como estos y desarrollar nuevas variantes locales de las especies originales”, añade el experto.
El ministerio afgano de Agricultura, Irrigación y Ganado trabaja actualmente en un sistema de certificación de semillas principalmente para variedades endémicas de trigo, un cultivo importante en Afganistán por motivos económicos y culturales, con el fin de promover el uso de las mejores semillas en variantes locales entre los agricultores.
El sabor de lo ancestral
"El gobierno puede ofrecer cada año entre 5.000 y 10.000 semillas de trigo certificadas a los agricultores,”, dice Javid Qaem, director general del ministerio de Agricultura. “De esta manera, pueden incrementar su rendimiento por unidad de terreno. Pero hay ejemplos de casos en los que los agricultores prefieren sus semillas propias, o las semillas de sus áreas locales o vecinas, y se niegan a usar otras. Por ello debemos trabajar más en eso, para crear conciencia del problema”.
Aún así, el trigo no es la única cosecha en la que se trabaja ahora mismo. La ONG estadounidense Roots of Peace se dedica a desenterrar minas y construir sistemas de agricultura sostenibles en países en posguerra, y colabora con los agricultores afganos para desarrollar y mantener antiguas variedades de fruta locales y huertas en el país, en lugar de introducir nuevas especies extranjeras.
“En occidente producimos frutas que tienen buen aspecto en los supermercados, pero los tomates que compramos apenas tienen sabor”, dice Gary Kuhn, presidente de Roots of Peace, añadiendo que la fruta del “mundo antiguo” que se puede encontrar en países como Afganistán es mucho más sabrosa que las variedades modernas en Estados Unidos y Europa.
Cuando la organización llegó por primera vez a Afganistán en 2003, dos años después de la caída de los talibanes, muchos agricultores no podían acceder a sus tierras porque los terrenos rurales estaban sembrados de minas. El huerto más grande que encontraron apenas tenía 35 árboles, y en muchos casos estaban medio muertos, según Kuhn.
En 11 años, la organización, que emplea principalmente a afganos, ha creado 25.000 huertas con unos 150 árboles en cada una. Un número que, para los estándares occidentales, puede parecer pequeño, pero gracias al cual los agricultores han logrado pasar de 1.000 dólares en beneficios anuales a 3.000-5.000, según Kuhn.
Cultivar conocimiento agrario
Además de rehabilitar terrenos cultivables destruidos y abandonados tras años de conflicto y de eliminación de minas, el otro gran reto para las organizaciones que trabajan en Afganistán ha sido educar a los agricultores locales y aprender de ellos. “La guerra ha durado 27 años, una generación entera”, dice Kuhn. “Una situación común es que el padre ha sido asesinado, y ahora el hijo debe encargarse de continuar con los viñedos. Estamos hablando de una persona que quizás tenía cinco años cuando comenzó la guerra, y ahora intenta recolectar los frutos de lo que su padre cultivó en la tierra. Sabe que tiene que seguir ciertos pasos, pero no está seguro de nada con certeza.”
Roots of Peace y otras organizaciones trabajan para recuperar este conocimiento e introducir nuevas técnicas agrícolas adecuadas, ofreciendo además toda la información disponible a los agricultores. Esto es una gran labor para el ministerio afgano de Agricultura, que está creando ahora un sistema de información en su propio idioma local con el apoyo de la Universidad de California. “Tenemos un directorio de extensiones que llega a los agricultores y les informa sobre nuevas tecnologías, cómo evitar plagas y luchar contra enfermedades, o sobre nuevas variaciones de cultivos”, dice Qaem.
No obstante, el experto advierte que las condiciones y los métodos tradicionales siempre se tienen que tener en cuenta: “Por ejemplo, hubo un par de casos en los que se intentó introducir maquinaria extranjera, pero su uso no resultó ser muy eficiente a causa del terreno, o simplemente porque los agricultores no lo aceptaron”. Qaem añade que el gobierno tiene grandes planes para seguir mejorando el sistema agrario del país, particularmente en el área de las actividades posteriores a la cosecha. Por ejemplo, una red de unidades de almacenamiento en frío ayudaría a los agricultores a mantener los frutos de su labor siempre frescos.
Aún así, los problemas con minas, la corrupción, la retirada de tropas y las amenazas de insurgencia podrían ralentizar el camino. Los agricultores que trabajan con el gobierno y ONGs siguen siendo objetivos de amenazas, y por ello todavía es peligroso viajar a determinadas zonas del país. “Estos son retos a los que se enfrenta la nación, pero también son nuestros”, dice Qaem.
Autora: Jennifer Collins
Editor: Enrique López