Mercancía humana
19 de marzo de 2012El tráfico de personas es el rubro del crimen organizado que más crece, y a paso acelerado. Se estima que, en 2010, más de 12,3 millones de personas fueron víctimas del comercio humano, de la esclavitud moderna y la prostitución forzada.
De acuerdo con datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), se deduce que más de la mitad de las víctimas del comercio humano en todo el mundo provienen del este y del sur de Asia. Y que una de cada dos personas traficadas es un niño.
El beneficio obtenido a partir del comercio con seres humanos asciende a 25.000 millones de euros por año, con lo cual supera al que produce el tráfico de drogas. Muchos no saben qué es exactamente el tráfico de personas. “La falta de conocimiento y conciencia del tema es uno de los mayores obstáculos en la lucha contra el comercio humano”, se publicó en la revista mensual de las Naciones Unidas, UN-Chronicle.
Desde el punto de vista jurídico, se define como comercio humano a todo tipo de reclutamiento, transporte y albergue de seres humanos con el fin de explotarlos. Las víctimas son explotadas como mano de obra, para la prostitución, como niños y niñas soldado, empleados y empleadas domésticas, se los obliga a contraer matrimonio o se les extraen los órganos.
La pobreza los lleva a manos de traficantes de personas
Una pregunta recurrente es por qué las víctimas caen en las garras de los traficantes de personas, y lo hacen a menudo de manera voluntaria. Y también por qué pagan horrendas sumas de dinero a quienes más tarde serán sus verdugos. Según el Proyecto Regional contra la Trata de Personas y el Tráfico Ilícito de Migrantes (ARTIP, por su siglas en inglés), un proyecto comunitario de varios países del sudeste asiático que trabaja para combatir el comercio con seres humanos, las principales causas de ese comportamiento son la pobreza y la desigualdad.
El tráfico humano se lleva a cabo casi siempre desde países pobres a países más ricos. Tailandia es un buen ejemplo de ello, ya que es, al mismo tiempo, punto de partida y objetivo del comercio humano. Por lo general, los tailandeses son transportados hacia Australia, Europa, Japón y EE. UU. Y en las fábricas y hogares tailandeses trabajan personas traficadas desde Myanmar, Camboya y Laos.
No pocas veces, las víctimas poseen una formación escolar básica, como constató en un estudio la Iniciativa Global de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Trata de Personas (UN.GIFT). Los comerciantes de seres humanos se aprovechan de las esperanzas de la gente y de sus aspiraciones de una vida más digna. Los convencen de que a ellos o a sus hijos les irá mejor en tal o cual país y les pintan un futuro promisorio.
Discriminación de género
Además de la pobreza, la discriminación de género es otra de las causas del tráfico humano. En las sociedades de muchos países se sigue desvalorizando a la mujer, por lo cual reciben una formación de menor calidad que los hombres, obtienen puestos de trabajo mal pagos y son perjudicadas por las leyes. A menudo, las mujeres son víctimas de abuso y de violencia, y abandonan su país con la esperanza de escapar de esas circunstancias de vida humillantes.
Pero también los hombres pueden llegar a ser presa de su rol de género. En su informe mundial, la OIM señala que ha habido un incremento global en el tráfico humano de jóvenes y hombres adultos. De un cuarto a un quinto de las víctimas es de sexo masculino. En muchas sociedades, es tarea del hombre sostener a la familia, y si no pueden hacerlo porque no hay trabajo -o sólo lo hay muy mal pago-, aceptan la oferta de los traficantes de personas a la espera de poder alimentar a los suyos.
Otros factores que favorecen el tráfico humano son la violencia y los conflictos, como la guerra civil en Myanmar, la falta de perspectivas para emigrar legalmente y la carencia de una red de apoyo social.
Lo más peligroso en todo este desarrollo es que la competencia entre los traficantes de personas promueve y aumenta el comercio humano. ARTIP explica esta dinámica con dos ejemplos: si un pescador tailandés emplea a niños birmanos como esclavos corre con ventaja frente a sus competidores, que se ven obligados a reclutar también a trabajadores forzados. Un efecto similar se percibe en el terreno de la prostitución infantil. Si un lugar es conocido por su oferta de prostitución infantil, la clientela aumenta y, con ella, la triste demanda de niños para prostituirlos.
Reintegración a la sociedad
Los que vuelven a su país, luego de haber sido explotados durante varios años, sufren de daños físicos y psicológicos de por vida. El estado de salud de los trabajadores esclavos está, a menudo, devastado por las carencias alimenticias y por el agotamiento. Las mujeres que son obligadas a prostituirse acarrean graves traumas psicológicos. Además, la adicción a las drogas es moneda corriente en el ámbito de la prostitución forzada, y, como si eso fuera poco, las mujeres quedan estigmatizadas al regresar a sus lugares de origen.
Las Naciones Unidas y los gobiernos de algunos países ya han reconocido que existe el problema del tráfico de personas. El ministerio estadounidense de Salud publicó un manual de ayuda a las víctimas del tráfico humano. Pero, por sobre todo, es necesario que los países más afectados por este fenómeno cuenten con medios financieros para ayudar a las víctimas, especialmente en varias regiones de África.
Lucha contra el tráfico de personas
La tarea de combatir el tráfico humano es, desde hace varios años, parte sustancial de la agenda de las Naciones Unidas. Desde 1949, la ONU acordó una convención contra el tráfico de mujeres. En el año 2000 se aprobó el Protocolo de Palermo, cuyo objetivo es combatir las redes de tráfico humano del crimen organizado.
Sin embargo, el éxito de la persecución penal aún se hace esperar. El Informe sobre Tráfico de Personas del ministerio estadounidense de Relaciones Exteriores de 2011 registra 6.017 acusaciones y 3.619 veredictos. Una cifra poco alentadora teniendo en cuenta a las más de 12 millones de víctimas.
Autor: Rodion Ebbighausen/ Cristina Papaleo
Editor: José Ospina Valencia