Pese a su elevado crecimiento económico, Turquía vive a crédito. El país exporta menos de lo que importa. El déficit comercial se financia con capital extranjero, que ahora huye del país por la inestabilidad jurídica. Sólo el turismo parece salvarse de la crisis, gracias a la lira devaluada que abarata los precios para los extranjeros.