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Un año con Ahmadineyad

Emilia Rojas Sasse3 de agosto de 2006

Desafiar a Occidente ha sido por lo visto el principal afán del primer año de gobierno del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, que por esa vía se está alzando paralelamente como adalid del mundo musulmán.

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Ahmadinejad: esfuerzos permanentes por convertirse en el terror de Occidente.Imagen: AP

Su elección, en segunda vuelta, fue una sorpresa incluso para los propios iraníes. Y un shock para Occidente, que en un comienzo intentó abrigar esperanzas de que el discurso fundamentalista de Mahmud Ahmadineyad fuera más bien pura retórica y se impusieran los imperativos pragmáticos en su gestión como presidente de Irán. Un año ha bastado para disipar cualquier ilusión en este sentido. Su estrategia en política exterior ha sido una arremetida verbal contra Occidente que nada tiene que envidiar a la del propio Ayatola Jomeini.

La gota que colmó el vaso alemán

Para Alemania, que durante largos años se aferró junto a los socios de la Unión Europea a la política del "diálogo crítico" con Teherán, en espera de alentar los impulsos aperturistas que se percibían en ese país, el panorama se ha oscurecido en extremo en lo que respecta a las posibilidades de entendimiento con la república islámica. La pugna en torno al programa iraní de enriquecimiento de uranio data de los tiempos previos a Ahmadineyad. Sin embargo, con su llegada al gobierno, los esfuerzos que Berlín emprendió junto a Londres y París por inducir a Irán a desistir de sus afanes se convirtieron en una tarea de titanes, con pocas esperanzas de éxito.

Esta situación, de por sí delicada, se complica aún más en el contexto del conflicto del Medio Oriente. Para nadie era un misterio que el presidente Iraní preferiría ver a Israel borrado del mapa. Pero lo que colmó realmente el vaso para los alemanes fueron las declaraciones en las que puso en duda la realidad del Holocausto e instó a Occidente a no saldar sus culpas con el pueblo judío castigando al palestino. Algo inadmisible para Alemania que, precisamente debido a su pesada carga histórica, considera la defensa del derecho a la existencia de Israel como parte de su propia razón de Estado.

Interlocutor obligado

No es de extrañar, entonces, que la diplomacia postal que emprendió Ahmadineyad no haya sido bien acogida en Berlín. En primer lugar porque, según indicó la canciller Angela Merkel, la carta que le envió recientemente el presidente iraní repetía antiguos puntos de vista que lella considera inaceptables. Y, en segundo término, porque en ningún párrafo aludió al tema del programa nuclear, ignorando una vez más las propuestas con que los europeos intentaron endulzarle una renuncia al enriquecimiento de uranio. El mismo tenor tuvieron, por lo demás, sendas misivas enviadas a los presidentes de Estados Unidos y Francia. En consecuencia, la gobernante germana no vio necesidad siquiera de responder a la carta.

Así las cosas, el primer año de Ahmadineyad ha significado un retroceso innegable en los intentos ensanchar los puentes diplomáticos, políticos e incluso económicos con Irán. No obstante, tampoco se puede caricaturizar a Ahmadineyad sin más, y menos relegarlo al rincón de los energúmenos políticos a los que no se debe prestar atención. Por el contrario. La posición de Irán resulta hoy más clave que nunca, por cuanto se está erigiendo en una especie de paladín antiestadounidense para el mundo musulmán, superando las distancias entre persas y árabes. Y, en la misma medida, seguirá siendo un interlocutor obligado en cualquier intento de desactivar el polvorín regional.