Al comienzo fue la duda. Cuando los mensajes de amigas, colegas y numerosas conocidas empezaron a llenar mis redes sociales a mediados de octubre del año pasado, a veces con relatos de experiencias de abusos sexuales, a veces sin ellos, me uní rápidamente al coro. #MeToo fue tendencia en 85 países y solo el primer día fue usado 200.000 veces en Twitter. Pese a todo, entonces no estaba segura de si esto iría más allá del mero hashtag o de una moda contra la cultura machista en Hollywood.
Y vaya que fue más allá. Cuánto ha crecido el debate sobre el sexismo y los abusos de poder estructurales en los pasados 12 meses desde el escándalo en torno al productor Harvey Weinstein depende de cada país. Pero algo está claro: no se ve a mediano plazo un fin de la discusión sobre el tema.
Un cambio mundial
Desde hace poco más de dos semanas, a través del nuevo hashtag #WhyIDidNtReport (#PorQuéNoDenuncié), numerosas usuarias han explicado por qué no informaron de los abusos que padecieron en el pasado ni siquiera contando la experiencia a personas de confianza. Desde esta semana la leyenda televisiva Bill Cosby purga los primeros días de los años que vivirá en la cárcel, condenado por abusos sexuales, mientras las acusaciones de tres mujeres contra el candidato de Donald Trump a la Corte Suprema de Estados Unidos, Brett Kavanaugh, mantienen en suspenso al país.
En Alemania, está operativo desde el lunes el recién creado Centro de Confianza contra el Acoso Sexual y la Violencia, que reúne a una amplia alianza de gente de teatro, televisión y cine. Incluso en China el debate ha ganado fuerza, mientras que en Sudán la apasionada petición de una joven mujer contra los abusos sexuales, realizada en el programa de DW 'Shababtalk', ha generado amenazas y llamados al boicot. Y para enero está prevista otra marcha femenina a nivel mundial.
Caso Kavanaugh: realidad y rechazo
El sistema tiembla y los límites de lo aceptable se han reducido, aunque todavía falta mucho por avanzar. Eso lo prueba el caso Kavanaugh, donde se ve que un cambio social profundo requiere de esfuerzos de largo aliento.
El hecho de que los republicanos del Comité de Justicia del Senado hayan dado su aprobación al nombre propuesto por Trump casi sin examinar las acusaciones que pesan sobre Kavanaugh fue un cachetazo para muchas mujeres. Esto solo puede significar que los políticos de alto rango en Washington desconocen, o no les importa, la señal que están enviando: que rechazan las acusaciones de supuestas víctimas de abusos sexuales.
Hablar, hablar, en el metro y en Twitter
Seamos realistas: toma más de un año corregir las brechas de poder y las normas sociales de convivencia, muchas de las cuales son aún muy cómodas y beneficiosas para un número importante de personas. Una solidaridad consecuente con los perjudicados podría apurar el proceso. Por cierto, el caso de Asia Argento, una importante activista del movimiento #MeToo que está acusada de abuso sexual, demuestra que la lucha no debe enfocarse contra hombres o mujeres. Después de todo, una reciente encuesta realizada por la organización feminista The Fawcett Society muestra que una gran mayoría de los hombres del rango comprendido entre los 18 y los 34 años asegura tener un fuerte compromiso en la lucha contra el abuso sexual.
Pero más importante que eso es el diálogo permanente. Los temores iniciales de algunos sobre una posible guerra de los sexos, una caza de brujas de famosos y el temor a que se impusiera una cultura del "no-flirteo" han dejado en evidencia que el debate es muy complejo, así como compleja es la comprensión del fenómeno.
El impulso que tenga el #MeToo en 2019 dependerá de que se siga hablando y discutiendo sobre el tema. En la mesa y en el trabajo, en Twitter y en el metro. Y debe ir más allá de los géneros, las generaciones, los grupos económicos, las empresas y las preferencias políticas. Esto requiere mucha paciencia de parte de todos los involucrados, tanto para escuchar como para explicar. Pero que vale la pena quedó claro en los últimos 12 meses.
Autor: Helena Kaschel (DZC/LGC)
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