Venezuela busca el significado de la felicidad
12 de noviembre de 2013Algunos críticos de Nicolás Maduro –declarado presidente de Venezuela por la máxima autoridad electoral del país, pese a las denuncias de irregularidades en los últimos comicios (14.4.2013)– sostienen que su Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo no podrá hacer mucho por los treinta programas sociales que le corresponde coordinar de manera centralizada, considerando que el éxito de las “misiones” que mejor funcionaban se ha visto mermado por la grave crisis económica del país. Otros bromean diciendo que el viceministerio tendrá las manos llenas imitando a los ministerios descritos en la novela 1984 de George Orwell.
En esa obra maestra de ficción distópica, los Ministerios del Amor y la Paz fomentan lo contrario de lo que prometen, el de la Abundancia se limita a administrar la carestía y el de la Verdad tergiversa la realidad y la historia mediante la distorsión sistemática del habla cotidiana: la “neolengua”. Pero si sus opositores le dieran el beneficio de la duda al Gobierno de Maduro, ¿no cabría pensar que su Viceministerio para la Felicidad es la respuesta venezolana a las iniciativas de Ecuador y Bolivia, cuyas nuevas Constituciones contemplan el derecho de los ciudadanos al “buen vivir”?
Además, Venezuela no es el primer país en dedicarle una oficina estatal a la felicidad. “El Reino de Bután lo hizo hace mucho tiempo”, comenta la politóloga Ana Soliz Saldivar, del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA) de Hamburgo, en entrevista con Deutsche Welle. En esa pequeña nación asiática se acuñó el término “Felicidad Interna Bruta” en la década de los setenta en el marco de un plan estatal para garantizar el crecimiento económico del país sin perder de vista el bienestar emocional y espiritual de los butaneses.
¿Se puede medir la felicidad?
“Eso llevó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) a incluir la noción de felicidad en sus respectivos paradigmas de progreso hace pocos años. En consecuencia, también las Ciencias Políticas han comenzado a tomar en cuenta los ‘índices de felicidad’. En los últimos censos realizados en Chile, Francia y Gran Bretaña se formularon preguntas más subjetivas para determinar cuán satisfecha estaba la gente con la vida que llevaba”, explica la experta.
“Pero el nuevo viceministerio venezolano no me da la impresión de haber sido creado sobre la base de una concepción científica y medible de la felicidad. Y si lo fue, el Gobierno no ha publicado nada al respecto. Su función parece ser meramente propagandística. En principio, no hay nada que objetarle a los programas sociales que el viceministerio coordina, pero su funcionamiento es cualquier cosa menos transparente. ¿Cómo saber si sus resultados están a la altura de los recursos económicos invertidos en ellos?”, apunta Soliz Saldivar.
Martin Binder, profesor de Ética Económica y Empresarial en la Universidad de Kassel, sugiere que la felicidad social difícilmente se promueve con medidas coyunturales como las “misiones” venezolanas. “Los juicios de valor que una persona emite sobre su calidad de vida son totalmente subjetivos, pero la Glücksforschung (la Investigación de la Felicidad) ha acumulado conocimientos sólidos sobre los factores que más influyen sobre las condiciones de vida de un individuo. Los ingresos económicos de una persona están entre ellos; pero el papel que este factor juega como generador de bienestar se ve relativizado por otros elementos”, señala Binder.
Un mundo feliz
“Tener un empleo y un salario asegurados es importante, pero también lo es el hecho de tener un oficio gratificante, salud, capital social –relaciones estables con familiares y amigos–, e injerencia política. La certeza de tener influencia sobre el destino político de la sociedad en que se vive, de tener confianza en el Gobierno y de desenvolverse en un entorno libre de corrupción no debe ser subestimada como catalizadora de felicidad”, agrega Binder, quien investigó sobre la materia para el Instituto Max Planck de Economía en el año 2011.
Consultado sobre la indiferencia y el escepticismo con que ha sido recibida la fundación del Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo en Venezuela, el especialista sostiene que este tipo de iniciativas gubernamentales suelen ser percibidas desde dos perspectivas: la de las metas trazadas y la de los medios para alcanzarlas. “Por ejemplo, es loable que en Gran Bretaña se haya empezado a medir oficialmente el grado de felicidad de sus habitantes; eso genera información sobre la situación de la sociedad en un momento dado”, comenta Binder.
“Y, en el mejor de los casos, esa información puede evitar que se siga adelante con políticas de Estado bien intencionadas pero poco efectivas como generadoras de satisfacción. Lo que suele causar recelo son los métodos implementados por un Gobierno u otro para fomentar la felicidad de la población. ¿Sería ético, legal o legítimo que la élite política incrementara los índices de felicidad social mediante la prescripción masiva de drogas contra la tristeza, como la descrita en la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley?”, pregunta Binder.
“A veces, con la felicidad colectiva como objetivo, se tiende a hacer propuestas problemáticas contra las cuales mucha gente se rebela. Siempre va a haber resistencia cuando un Gobierno impone políticas que reducen las libertades de los ciudadanos en nombre del ‘bien común’ ”, añade este investigador de la felicidad. En este sentido, lo más relevante de la actualidad venezolana no es la creación del Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo, sino las medidas con las que Maduro pretende poner coto a la frustración general que causa la inflación galopante: allanar comercios y obligarlos a vender sus mercancías a precios más bajos.