Venezuela en la encrucijada
24 de enero de 2019Todo es posible ahora en el país más pobre y más rico del mundo. Una segunda caída del Muro de Berlín. Una nueva Primavera Árabe, con todas las consabidas consecuencias. Un baño de sangre, o la detención del audaz joven parlamentario, Juan Guaidó. El final de las manifestaciones y una recaída en la deprimente resignación de los últimos meses.
Guaidó ha impulsado, en el transcurso de pocas semanas, un cambio de ánimo en Venezuela con el que nadie contaba. Le ha dado un nuevo peso al Parlamento, electo libremente y "congelado" por el poder chavista; logró convocar tras de sí a la oposición dividida. Visitó las zonas pobres, tradicionalmente chavistas, logrando también su apoyo. Guaidó, que ya en su época de líder estudiantil buscaba el diálogo con los seguidores de sus enemigos políticos, parecería el hombre perfecto para el cambio. Desde el punto de vista constitucional es, por lo menos de forma transitoria, el legítimo jefe de Estado de Venezuela, puesto que el presidente Maduro, hasta principios de enero sin duda alguna el presidente legítimo en funciones, logró su segundo mandato solo gracias a pseudo elecciones, inaceptables desde la óptica de los principios democráticos.
Aún así, el paso dado al autoproclamarse presidente interino es más que riesgoso. Especialmente el apoyo demostrativo por parte de Estados Unidos es un arma de doble filo. Estados Unidos tiene, sin duda, un peso enorme en Latinoamérica, pero su historia, plagada de capítulos intervencionistas, lo ensombrece. Cada apoyo de Estados Unidos da a los chavistas extremos de Maduro nuevos argumentos y, alimenta la leyenda de que la miseria en Venezuela es resultado de la "guerra comercial” implementada por Estados Unidos. El que el paso dado por Guaidó haya, a todas luces, estado orquestado con el gobierno estadounidense -solo minutos después de autoproclamarse el presidente Trump tuiteó su reconocimiento– empeora la situación.
Si bien la mayor parte de las naciones latinoamericanas, Canadá y el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) reconocieron también, casi con la misma rapidez que Trump, a Guaidó, aún falta un peso pesado: México. El recién electo presidente populista de izquierda, López Obrador, continúa reconociendo a Maduro como el jefe de Estado. La Unión Europa procede cautelosamente: su demanda por elecciones libres y su abierto apoyo al Parlamento no significan el reconocimiento oficial de Juan Guaidó como presidente de Venezuela.
Decisivos para la supervivencia del régimen chavista son Rusia y China. Para ambos, Venezuela es un puente estratégico para extender su poder geopolítico en el continente americano. Ambos financian el aparato estatal en Caracas desde hace años con jugosos créditos, y la mayor parte de las gigantescas reservas petroleras venezolanas se encuentra ya comprometida. Rusia realizó recientemente ejercicios militares y apostó aviones de combate en Venezuela.
Si la política exterior estadounidense no solo dominase el arte de hacer chirriar los sables y fuera acompañada de un discreto acuerdo tras bambalinas con China, o por lo menos EE. UU. se esforzara por lograrlo, todavía, habría esperanza de una solución pacífica en Venezuela. La probabilidad de que así sea es reducida.
En las próximas horas y días, todo depende de como se comporten los temidos "colectivos", los grupos de ataque chavistas, y el servicio secreto. La postura de los militares no es clara. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino, no se ha dejado ver todavía, y solo tuiteó que los soldados no apoyarán a un presidente autoproclamado, pero defenderán la Constitución y la soberanía de Venezuela. Esto no es justamente lo que pueda interpretarse como un apoyo a Maduro.
En este momento, todo puede pasar en Venezuela.
(chp/cp)
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