Cumbre de la Liga Árabe
29 de marzo de 2012Ya sea la Libia de Muammar Al Gadafi, el Egipto de Hosni Mubarak o el Túnez de Zine El Abidine Ben Ali, la Liga Árabe fue durante mucho tiempo un club de dictadores. La comunidad de 22 países de África y Cercano Oriente reflejaba la inflexibilidad política de sus miembros. Las cumbres de la liga siempre terminaban con los mismos resultados, y casi nadie la tomaba en serio, ni los habitantes de la región ni los representantes políticos de Oriente y de Occidente. Pero desde el surgimiento de las revoluciones en el mundo árabe, eso cambió, y la Liga Árabe es otra vez un socio muy solicitado.
La Liga también está en contra de Bashar Al Assad, el dictador de Siria. En noviembre de 2011, Siria fue excluida de todas las negociaciones. Dos semanas más tarde llegó incluso a imponer sanciones contra ese país, lo que representa una decisión sin precedentes en la historia de la comunidad de países árabes.
Oficialmente, la tarea de la Liga Árabe es difundir los valores democráticos y proteger los derechos humanos, pero su labor se desarrolla en un trasfondo teñido por la presión que ejercen los intereses regionales y geopolíticos. La Liga Árabe, dice Hamadi El-Aouni, experto en política de Cercano Oriente y docente en la Universidad Libre de Berlín, “siempre fue un espejo de los países más poderosos de la región. Hoy, los que dominan son los países del Golfo Pérsico, poseedores de riquezas petroleras, y también los movimientos islamistas que llegaron al poder en Libia, Túnez y Egipto”, explica.
Qatar y Arabia saudí, los más poderosos
Los que manejan los hilos en la Liga son, sobre todo, Qatar y Arabia Saudí. Durante la revolución libia, el emirato de Qatar incluso envió aviones de su Fuerza Aérea para que se respetara la zona de exclusión aérea en ese país.
Pero, según Hamadi El-Aouni, es poco creíble que justamente Qatar y Arabia Saudí se comprometan con la lucha por la democracia. “Esos países no son democracias, y allí casi no se respetan los derechos humanos”, señala el experto.
Una opinión similar tiene la politóloga Elham Manea, de la Universidad de Zúrich. En el Este de Arabia Saudí, por ejemplo, se llevan a cabo manifestaciones de shiítas casi a diario, y las fuerzas de seguridad reprimen duramente esas protestas cometiendo violaciones a los derechos humanos, dice Manea.
Otro ejemplo son los disturbios en el país vecino, Baréin. Cuando los shiítas salieron a la calle para protestar contra la discriminación de la que son objeto, el gobierno envió sus tropas a la calle, y sus demandas fueron reprimidas brutalmente.
Arabia Saudí y Qatar, explica Manea, persiguen sus propios intereses en la Liga Árabe. “Los países sunitas del Golfo Pérsico tratan de influenciar a la región para lograr sus propios objetivos y propagar su propia versión política del islamismo”, subraya la politóloga, y añade que el objetivo más importante de esos países no es luchar por los valores democráticos sino debilitar a sus rivales shiítas en Irán.
Juntos contra Irán
Los Estados del Golfo Pérsico se sienten amenazados por las aspiraciones de hegemonía de Irán, y el aliado más importante de Irán en la región es Siria. Si cae el régimen de Assad, Irán perdería un vínculo relevante con el movimiento libanés Hisbolá y con el palestino Hamas, y, con eso, su influencia y su potencial de dominación.
El debilitamiento de Irán y el fortalecimiento de los emiratos del Golfo también son de interés para Occidente. “Los países del Golfo Pérsico”, dice Haamdi El Aouni, “cuentan con el apoyo de Occidente con todos sus instrumentos políticos y militares”. En Qatar hay grandes bases militares estadounidenses, y también en Arabia Saudí y Baréin, y sólo se critica la falta de democracia en la región en voz baja. Aouni ve con ojos críticos la nueva política que llevan a cabo los países del Golfo Pérsico. “La Liga se está instrumentalizando para legitimar la imposición de intereses occidentales”, afirma.
Polarización en la Liga Árabe
La nueva línea de la Liga, sin embargo, no cuenta con la simpatía de todos los Estados miembros. Países como Argelia o Sudán ven con escepticismo la política de confrontación con Siria. De hecho, la Liga Árabe está internamente dividida.
También el jefe de Gobierno de Irak, Nuri Al Maliki, anfitrión de la cumbre de la Liga Árabe en Bagdad -que tiene lugar del 27 al 29 de marzo-, no tiene ningún interés en un cambio en el poder en Siria. El shiíta Maliki se encuentra en medio de una lucha de poder con la minoría sunita en su propio país. Si la oposición sunita tomara el poder en Siria, Maliki y los shiítias saldrían con las de perder. Por eso, el Gobierno iraquí apoya económicamente al régimen de Assad desde el inicio de la revolución en Siria.
Pero a nivel internacional, la Liga Árabe sin duda ha ganado en importancia debido a su nueva línea política. Su secretario general, el egipcio Nabil Al Arabi, se ha convertido en un interlocutor muy solicitado. En la central de la Liga, en El Cairo, se reúnen representantes de la política internacional. Y el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, intenta mediar en Siria como representante de la Liga y de las Naciones Unidas.
Sin embargo, está claro que la Liga Árabe sigue siendo todo, menos una asociación de demócratas. Y, tarde o temprano, el espíritu de la revolución que la misma Liga representa hoy podría volverse contra los autócratas y déspotas que aún permanecen en sus filas.