Opinión: El juego democrático tailandés
8 de agosto de 2016Con el 94 por ciento de los votos escrutados, la Comisión Electoral de Tailandia ya informó que el 61 por ciento de los electores aprobó la nueva Constitución del país. Si bien estos todavía no son los resultados oficiales, es bastante probable que la nueva Carta Magna sea adoptada. Los militares que dieron el golpe en 2014 nombraron una comisión para que se encargara de este asunto.
La nueva Constitución supone un primer paso hacia la normalización política de Tailandia, pues dejará sin efecto la Constitución provisional que rige hasta ahora y que otorga poderes ilimitados a los militares. Y, además, preparará el camino para las elecciones del próximo año.
Simulacro de democracia
Pero esto no puede ocultar el hecho de que Tailandia estará sometida, en el futuro cercano, al designio de los militares. Ellos, por ejemplo, deberán dar su visto bueno a todos los miembros del Senado y, de ese modo, seguramente tendrán una enorme influencia en la elección del próximo jefe de Gobierno. Y un artículo de la nueva Constitución implementa una especie de mecanismo golpista automático, que pone a los uniformados de vuelta en el poder si el curso político no sigue los caminos correctos, según la mirada de los generales. Así, los militares controlarán la política y no la política a los uniformados.
Esto no lo cambia siquiera el hecho de que la nueva Constitución, hasta donde se sabe, ha sido aprobada de forma libre y justa por el pueblo tailandés. Pero poner una cruz en un papel y echarlo en una urna no hacen la democracia. Para ello se requieren a lo menos soberanía popular, igualdad, estado de derecho y participación.
No hay diálogo político
La participación, es decir, la presencia de ciudadanos en el ámbito político, es una quimera cuando no existe el diálogo. Antes del referéndum, los militares prohibieron el debate político, las campañas o incluso hablar en contra de las votaciones. También la libertad de reunión ha sido fuertemente limitada tras el golpe. Esto muestra cuánto desconfían las Fuerzas Armadas de la ciudadanía y, especialmente, de la clase política. No sin razón, pues en el pasado fueron precisamente los políticos quienes, a través de su incapacidad para mantener sus compromisos, llevaron al país al clientelismo y el populismo.
Habría sido mejor si la nueva Constitución no hubiera sido dictada por los militares, sino escrita a través de la participación política en una Asamblea Constituyente, que incluyera a todas las clases sociales y grupos, así como partidos y movimientos. Eso habría tomado tiempo, seguramente. Pero tarde o temprano Tailandia tendrá que llevar a cabo ese trabajo, al menos si la democracia es realmente el objetivo final.