No habrá agencia europea
16 de abril de 2012Era una idea atractiva: constituir una agencia de rating europea capaz de romper el oligopolio de las norteamericanas Standard&Poor´s, Fitch y Moody´s, que juntas copan el 95% del negocio con las calificaciones.
No son pocos los que ven en estas tres empresas la reencarnación del mal. Se las hace parcialmente responsables del estallido de la crisis financiera, ya que otorgaron buenas notas a créditos hipotecarios que no las merecían y que llevaron finalmente a más de un banco a la ruina.
¿Culpable o mensajero?
Y todavía más en Europa se han ido convirtiendo con el desarrollo de la crisis las mayores agencias de rating en objetivo de todas las iras. Una y otra vez han reducido la credibilidad que le otorgan a los Estados del Viejo Continente, y eso casi siempre cuando estos creían haber logrado tranquilizar a los mercados gracias a su política anticrisis. Los países rebajados han de pagar más para financiar su deuda, y en consecuencia empeora su imagen ante los inversores.
“Las agencias de rating sólo avivan el fuego”, opinaba en una entrevista concedida a Deutsche Welle Rudolf Hickel, de la Universidad de Bremen, uno de los grandes críticos de las agencias de calificación en Alemania. Hay políticos que hablan incluso de una confabulación contra la moneda única, un thriller en el que Standard&Poor´s juega el papel de peón de la industria financiera estadounidense.
Una idea en suelo fértil
Ante este panorama no sorprende, por lo tanto, que la idea de Markus Krall, consejero de la compañía asesora Roland Berger, de crear una agencia de rating europea encontrara suelo fértil en el escenario comunitario. La institución debía ser independiente, también de la clase política, motivo por el cual Krall rechazó desde el principio la posibilidad de una financiación a partir de impuestos.
Con un capital de 300 millones de euros, la agencia europea debía iniciar su actividad en el segundo trimestre de este año y empezar a emitir calificaciones a finales de 2013. Una vez en marcha el negocio, dejarían de ser las empresas sometidas a análisis las que aportaran los fondos necesarios sino los inversores que solicitasen información. Así quedarían zanjados posibles conflictos de intereses.
Apoyo político, rechazo económico
Mientras Krall intentaba reunir el capital necesario para fundar la agencia, la UE le pedía ayuda urgentemente. El comisario europeo de Mercado Interior anunció el pasado otoño una reforma del sector de las agencias de calificación. Un sistema de rotación debía obligar a las empresas a no dejarse evaluar sólo por las tres estadounidenses. A estos cambios se oponen principalmente la industria alemana, pese a que se queja desde hace años de que Moody´s y compañía miran en exceso con perspectiva estadounidense. Igualmente rechazan la propuesta del comisario el Banco Central Europeo y la autoridad europea de control de los instrumentos financieros, ESMA.
Dudas acerca de una agencia de calificación con sede en el Viejo Continente han manifestado también economistas que no se privan de criticar a las estadounidenses. Así, Thomas Straubhaar, director del Instituto de Economía Mundial de Hamburgo (HWWI), declaró ante Deutsche Welle que tampoco una agencia europea valoraría de manera diferente la situación de Grecia. Durante un encuentro organizado en la Universidad de Colonia a principios de este año, Axel Weber, ex jefe del Bundesbank, dijo no creer que una entidad como la propuesta fuera a suponer variaciones significativas. Las agencias de rating norteamericanas no causaron la crisis en Europa, sostuvo Weber, sino que fue la política la que falló.
Fracaso y bochorno
Ahora, el sueño de una agencia de calificación europea se ha desvanecido en el aire, opina el Financial Times Deutschland. Según el diario germano, Markus Krall no ha conseguido recaudar los 300 millones de euros que se requerían. Han sido sobre todo los grandes bancos alemanes los que no se han opuesto a participar de su idea.
El fracaso de este proyecto equivale a un bochorno para la política europea, ya que ésta apoyaba mayoritariamente el modelo de Roland Berger y no tenía plan B en el bolsillo. Sin embargo, tampoco es la primera vez que esta crisis avergüenza a la clase política del continente.