Bajo la lluvia de este sábado, con porte rígido y mirada perdida, un militar ruso aguantaba el aguacero sobre la cubierta del submarino Kazan en la bahía de La Habana. Los interesados pudieron, durante esa jornada, visitar el casco de la fragata Gorshkov, un barco de 135 metros de eslora que era parte de la flota que el Kremlin envió a Cuba. La llegada de las naves ha reavivado el fantasma de la Guerra Fría y su partida nos deja una estela diplomática y política muy negativa.
En medio de la grave crisis económica y energética que atraviesa la isla, Moscú es visto por las autoridades cubanas como un asidero para evitar el quiebre total de un Estado que ya apenas puede garantizar lo mínimo. Al tener a sus espaldas el oso ruso, el castrismo parece más fuerte y sólido, menos abatible. Pero el mensaje no va solo dirigido a Washington, archienemigo del Partido Comunista de Cuba, sino que también tiene lecturas muy directas para una ciudadanía harta de los largos cortes eléctricos, el desabastecimiento y la ineficiencia productiva.
La mañana gris de este lunes, las embarcaciones partieron del puerto habanero bajo la atenta mirada de las pocas agencias de prensa extranjeras que quedan en la Isla, agotadas de esperar por la caída de un régimen que lleva décadas convertido en un fósil viviente del siglo XX. A los espectadores de esa partida se les sumaron unos pocos pescadores que le arrancaban a las aguas contaminadas de la bahía algo que poner en el plato, los curiosos que no se querían perder el "regreso de los soviéticos convertidos en rusos" y algunos empleados de Moscú residentes en la capital cubana.
Más allá de esos ocasionales observadores, la salida de las naves de guerra y de la oscura silueta del submarino de propulsión nuclear fueron apenas motivo de atención en una ciudad volcada hacia otras urgencias. Las largas colas para comprar comida, los cortes eléctricos, la basura que se amontona en las esquinas y una situación epidemiológica preocupante atraían más la atención que los buques enviados por Vladimir Putin. Mientras las naves del Kremlin son parte de un tablero geopolítico que nos trasciende, la dura cotidianidad acapara todas nuestras energías.
Como en aquellos días de la Crisis de los Misiles de 1962, en esta ocasión también hubo quien, al interior del país, ni siquiera se enteró del pulso que se desarrollaba en nuestras aguas territoriales. Mientras estaba el submarino ruso en La Habana, el estadounidense USS Helena llegaba a la Bahía de Guantánamo. Ambas máquinas de guerra estaban apenas separadas por unos cientos de kilómetros. Un incidente menor en nuestras costas, casi como el aleteo accidental de una mariposa, hubiera podido generar una gran conmoción en otras partes del mundo.
Este 17 de junio, finalmente los buques rusos han zarpado, pero con ellos no se ha ido ni la tensión ni el peligro. Su visita a La Habana deja claro que las migajas económicas que Moscú ha ofrecido a la Isla tienen un costo claro en lealtades y en servir a Putin como puerta de entrada política y diplomática a América Latina. El Kremlin siempre quiere más, así que habrá que esperar nuevas incursiones. Esta vez fue una flotilla de naves de guerra, en el futuro la presencia puede ir un paso más adelante, unas cuadrículas más adentro en el tablero geopolítico y un tono más agresivo que el mostrado esta semana. El régimen cubano lo ha dejado claro: somos el nuevo traspatio de Rusia en esta parte del mundo.
(rml)