Turquía: ¿se tambalea el “sultán otomano”?
12 de junio de 2013Desde el 28 de mayo, cuando comenzaron las protestas en Estambul contra los planes de construir un centro comercial en el parque Gezi –el último en el corazón de la capital económica de Turquía–, el primer ministro de ese país, Recep Tayyip Erdogan, ha tildado a los manifestantes de “extremistas”. Pero la preservación de ese pulmón urbano ha dejado de ser el único motivo detrás de los tumultos y eso ha llevado al hombre fuerte de Ankara a denunciar la existencia de un complot para derrocarlo.
Sus alusiones recurrentes a un “golpe civil” llevan a la prensa turca a especular que no hay nada casual en el hecho de que Erdogan esté invitando a sus partidarios a reunirse este 15 de junio en el suburbio de Sincan, en Ankara: ese lugar tiene un alto valor simbólico por haber sido el punto de convergencia de quienes protagonizaron la última gran intentona golpista militar, el 28 de febrero de 1997; un suceso que condujo a la dimisión del Gobierno de coalición del islamista Necmettin Erbakan.
Lo más probable es que a la cita asistan muchos ciudadanos para expresar su respaldo a la gestión de Erdogan y que, por otro lado, quede aún más en evidencia el grado de polarización política que el primer ministro está generando con su manera de responder a esta crisis interna. Deutsche Welle habló sobre la situación en Turquía y sus posibles consecuencias con André Bank, del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA) de Hamburgo.
DW: Haciendo referencia a las revueltas populares que dieron pie a grandes cambios políticos en el mundo árabe, algunos observadores han comenzado a hablar de una “primavera turca” cuando analizan las protestas en Turquía. ¿Cree usted que la comparación esté justificada?
André Bank: Una diferencia entre estas manifestaciones masivas es que las de Turquía no aspiran al derrocamiento del Gobierno, sino a la obtención de mayores libertades políticas. Las semejanzas entre unas protestas y otras son más bien simbólicas: el hecho de que se ocupe una plaza céntrica en la capital del país, de que reine un ambiente festivo en la calle y de que los manifestantes sean, sobre todo, mujeres y hombres jóvenes, urbanos y con una buena formación académica. Las fuerzas opositoras establecidas –los kemalistas, el Partido de Acción Nacionalista (MHP) y las organizaciones kurdas cercanas a Abdullah Öcalan– se han mantenido al margen de las protestas.
¿Hasta qué punto se ha visto debilitada la posición de Erdogan?
Yo diría que se ha debilitado mucho. Y es que varios de sus hombres de confianza –como el vice primer ministro, por ejemplo– se han disculpado por el exceso de violencia policial contra los manifestantes. También el presidente Abdullah Gül ha intervenido en la materia, llamando a la moderación. Se puede decir que lo que el Gobierno está haciendo es practicar el juego de ‘policía bueno, policía malo’, pero también que una parte del partido de Gobierno –el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP)– está insatisfecha con el comportamiento autoritario de Erdogan y con su incapacidad para cumplir las promesas que hizo durante la campaña electoral.
La insatisfacción en Turquía se extiende más allá de la clase media urbana. Entre otras razones, porque la variante turca del neoliberalismo deja marginadas a cada vez más personas. Y esa exclusión afecta a muchos jóvenes y a una parte de la base electoral del AKP.
En otras palabras, las protestas también tienen causas económicas y sociales…
Así es. Por un lado, se trata de una manifestación social contra el crecimiento de la brecha entre los más beneficiados y los menos beneficiados por el desarrollo económico del país. Por otro, se trata de una reacción contra el estilo de mando cada vez más autoritario de Erdogan. De ahí que la situación en Turquía recuerde un poco a los sucesos de la “primavera árabe”, pero también a las manifestaciones del Movimiento Occupy o del Movimiento de los Indignados en España, Grecia, Italia y Portugal. Es decir, lo que ocurre en suelo turco también tiene algo de reacción contra los efectos de ciertas reformas neoliberales, que se hacen sentir de una manera drástica.
El hecho de que las protestas hayan empezado en defensa del último parque que queda en el centro de Estambul apunta a que las manifestaciones en Turquía también tienen un componente ecológico. Lo cual es comprensible porque Erdogan impuso una reforma neoliberal del país que se expresa en proyectos como la construcción del tercer puente sobre el estrecho del Bósforo o la tala de bosques enteros en el este del país para impulsar el abastecimiento energético nacional. Por eso cabe decir que el movimiento de protesta turco no se limita a las calles de Estambul.
¿Qué otras secuelas podrían traer las protestas para la política interior turca?
En todo caso, queda en evidencia que la supuesta ‘preponderancia absoluta’ del AKP y su férreo control sobre la política interior del país se han visto quebrantados. La imagen de un nuevo ‘sultán otomano’ que gobierna sobre un país pujante ha quedado en entredicho.
En el escenario internacional, Erdogan es percibido como un importante opositor del líder sirio, Bashar al Assad. ¿Qué consecuencias podría tener el debilitamiento de la posición del primer ministro turco para el Cercano Oriente?
De cara a Siria, que es el conflicto más importante para Turquía en este momento, el debilitamiento de Erdogan hace que una aventura militar sea aún más improbable. Con frecuencia, los jefes de Gobierno que enfrentan serios problemas internos suelen proponer políticas exteriores agresivas para distraer a la población. Pero no creo que eso pase en Turquía porque muchos de los partidarios del AKP y tres cuartos de la población turca están en contra de una intervención de Ankara en Siria.
¿Y qué implica la crisis interna turca para los aliados de Ankara en Occidente?
En general, lo más seguro es que a los socios de la OTAN y a los europeos les cueste persuadir a Turquía de acompañarlos a la hora de tomar medidas contra el régimen de Damasco. Por ejemplo, si se llega a instaurar una zona de exclusión aérea sobre Siria. A corto plazo, el Gobierno de Erdogan deberá concentrarse en los desafíos que tiene en su propio territorio y eso limita la capacidad de acción de los estadounidenses y los europeos. Por otra parte, esta situación podría darle a Occidente nuevas oportunidades: si Erdogan está debilitado, es más fácil convencerlo de que se ajuste a las expectativas políticas occidentales.
Autores: Jan-Philipp Scholz / Ayhan Simsek / Evan Romero-Castillo
Editora: Emilia Rojas Sasse